Madrid, Sala Joy Eslava 6 de octubre de 2011.
Volvían los hermanos Durham a nuestra ciudad y la realidad es que lo hacían con todo el papel agotado para el que a priori será su único concierto en la capital. Desde casi una hora antes del comienzo de su actuación los alrededores de la calle Arenal presentaban un trasiego de gente relativamente importante. Algo que nada tenía que ver con su proximidad a la emblemática plaza de Sol, puesto que muchos de los allí presentes se encontraban ataviados con una estética netamente rockera, se contaban bastantes tupés aunque sin ser mayoría, que hacía indicar que lo suyo no había sido una simple visita de cortesía al centro.
Su objetivo no era otro que el ver las evoluciones en directo de Kitty, Daisy & Lewis, tres británicos de insultante juventud- no olvidemos que sus edades no llegan en algún caso a los veinte años- y que gracias a su pasión por todo lo que suene a vintage han logrado postularse como una de las grandes esperanzas de un estilo tan ninguneado como el rockabilly, definición genérica que daremos a lo que ellos proponen pese a que musicalmente van mucho más allá, pues en su conciertos es sencillo verles aproximarse de igual manera y sin prejuicio al blues primigenio, al country e incluso a géneros tan denostados como el calypso, en una amalgama de influencias sonoras que cuentan con más de medio siglo de existencia todas ellas.
Las luces abandonaron un recinto abarrotado hasta los topes alrededor de las nueve y veinte de la noche a la par que los hermanos aparecían en escena recibiendo de entrada la calurosa ovación del respetable madrileño.
A partir de ese momento las miradas y el protagonismo más absoluto recayó en todo lo que sucedía en el escenario y en las evoluciones sobre el mismo de estos tres niños prodigios que con su buen hacer se han ganado el respeto de la crítica y de un público cada vez más numeroso, aunque hay opiniones para todos los gustos pues no falta aquellos que les achacan una ausencia de dominio total sobre los instrumentos, hay que recordar que tocan indistintamente la guitarra, el teclado, la batería, el banjo, por citar tan solo unos ejemplos.
Nosotros ajenos a ese fuego cruzado, y a medida que comenzaban las primeras notas, nos disponíamos a disfrutar y, por qué no decirlo, a ir recabando notas mentales sobre lo que veíamos en escena para trasladárselo con la mayor objetividad posible a nuestros lectores. Y lo que allí vimos fue una banda que cumplía con solvencia, también sin virtuosismos todo sea dicho, en muchos pasajes de su actuación.
Comenzaron con buen pie de la mano de “Say you´ll be Mine” y “Baby hold me Tight”. Estuvieron notables en sus interpretaciones a ritmo de Calypso en “Tomorrow” y “I´m so Sorry”, en las que les acompañó el trompetista jamaicano Eddie Tan Tan Thornton, el cual no dudó en restarles todo el protagonismo en escena que pudo y algo más merced a su sincera simpatía. Tampoco podemos obviar la solvencia con que presentaron “Going Up the Country”, con la que hicieron que el público se pusiera a bailar y disfrutara en gran medida, o “Don´t Make a Full of Me”, ambas de lo mejorcito de toda la noche.
Lamentablemente esta no fue la tónica general de la actuación, con esto no queremos decir que el público no se divirtiera, prueba de ello fue la cálida ovación con que les despidieron. Sin embargo en el ambiente pesaba la sensación de que aquello no acababa de despegar, o al menos no lo hacía en la medida en que muchos esperábamos. Hubo aplausos, movimientos de cabeza, pero la velada no se convirtió en la fiesta esperada a priori.
Quizás fuera por los excesivos cambios de instrumento, con la pérdida de tiempo que eso implica, por el relevo en las voces, donde los tres cumplen sobradamente a pesar de que a Daisy, la mayor de las hermanas, le falte un poco de energía o presencia escénica, o simplemente porque en temas como “Smoking in Heaven”, alargada hasta la extenuación, o en “Hillbilly Music”, dejan patente sus carencias como músicos haciendo excesivo uso de ritmos repetitivos que llegan a cansar.
Sea lo que fuere la realidad es que después del concierto abandonamos la Joy con la sensación de que habíamos visto un espectáculo que solo había funcionado intermitentemente, y eso cuando las expectativas son algo mayores siempre frustra en cierta medida.
Aún así pensamos que la labor de estos tres muchachos es encomiable. Suben al escenario con un descaro impresionante, sobre todo en el caso de Kitty y Lewis, para enfrentarse a canciones con raíces que les entroncan directamente con la edad dorada de la música, y lo hacen, por momentos, con una actitud inusitada para chicos de su edad.
A eso debemos añadirle que pretenden abarcar en sí la capacidad de cantar con sentimiento y a la vez tocar cualquier instrumento que caiga en sus manos, cosa que valoramos más que positivamente. Si a eso le sumamos que hace tiempo que están embarcados en giras mundiales que les llevan a tocar en recintos de miles de personas -¿Cuántos veteranos no matarían por estar donde están ellos ahora?-. Todo ello nos lleva a pensar que el tiempo, lo que más tienen por delante, les darán las tablas y el perfeccionamiento que ahora les falta, lo que a buen seguro les convertirá en leyenda.
Volverán a no mucho tardar y lo harán para triunfar con todas las letras. Meter en España a casi mil personas pagando por ver tocar rockabilly es en sí mismo toda una victoria, al menos para mí. Nosotros esperamos que eso ocurra y también en estar allí para contarlo de primera mano.
Texto: Javier González
Fotos: Iván González
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