Björk presenta nuevo álbum, su séptimo trabajo de estudio, Biophilia. Sin embargo, difícilmente podemos hablar sólo de un álbum, pues lo que procede es hablar de un proyecto multidisciplinar, complejo y metódico. Biophilia es un proyecto multimedia donde la música queda englobada en un conjunto de aplicaciones informáticas, espacios web, instrumentos de diseño, espectáculos en directos y conferencias e instalaciones de arte que girarán en torno al mismo. Según las palabras de la propia artista islandesa: “Biophilia celebra el sonido de la naturaleza, explorando el infinito universo en expansión constante, desde el sistema solar a la estructura molecular”.
Sin embargo, pese a todo este empaque cultural, filosófico y metafísico (incluso alguien puede concebir como pedante), Biophilia es un disco accesible (aunque en la primera escucha no lo parezca) y de una calidad más que notable. Precisamente es la vuelta de una artista, que tras sus dos anteriores trabajos (menos complejos en su proceso de creación y promoción, pero no así de escucha) trae de nuevo un sonido experimental, electrónico y con mayor peso vocal.
El disco nace de la pregunta “¿Dónde se unen la música, la naturaleza y la tecnología?”, la respuesta podría ser en un punto donde voz, atmósfera chill y sonidos metálicos se encuentran para forjar música. Algo que “Moon” (primera canción del disco que te adormece, te despierta y explota dentro de ti como una sensación viva), “Crystalline” (con una mayor carga electrónica y mecánica) o “Cosmogony” (viaje al cosmos sin escafandra) cumplen sobradamente.
De hecho algunas de las canciones han contado con elementos mecánicos y científicos en su ejecución como la bobina Tesla para “Thunderbolt” (canción coral, electrónica y sentimental), aplicaciones e instrumentos tocados mediante iPad en “Virus” (canción cálida, con una carga importante de sonido de percusión vítrea y de xilófonos) o el reactable en “Mutual core” (la más electrónica y arrítmica de todo el disco) entre otras. Así mismo las referencias son muy numerosas, desde la cultura ancestral islandesa a las preguntas incontestables sobre la materia oscura (“Dark Matter”).
En definitiva, estamos ante una propuesta arriesgada (se olvidan los ritmos clásicos que aprendimos en la escuela como el 4/4, por propuestas como el 7/4 o el 17/8), pero en definitiva, si le quitamos todo el ámbito pomposo y tratamos de disfrutar de la música, posiblemente podamos llegar a una respuesta personal y sencilla a la pregunta de “¿Dónde se unen la música, la naturaleza y la tecnología?”.
Por: Rubén López
El disco nace de la pregunta “¿Dónde se unen la música, la naturaleza y la tecnología?”, la respuesta podría ser en un punto donde voz, atmósfera chill y sonidos metálicos se encuentran para forjar música. Algo que “Moon” (primera canción del disco que te adormece, te despierta y explota dentro de ti como una sensación viva), “Crystalline” (con una mayor carga electrónica y mecánica) o “Cosmogony” (viaje al cosmos sin escafandra) cumplen sobradamente.
De hecho algunas de las canciones han contado con elementos mecánicos y científicos en su ejecución como la bobina Tesla para “Thunderbolt” (canción coral, electrónica y sentimental), aplicaciones e instrumentos tocados mediante iPad en “Virus” (canción cálida, con una carga importante de sonido de percusión vítrea y de xilófonos) o el reactable en “Mutual core” (la más electrónica y arrítmica de todo el disco) entre otras. Así mismo las referencias son muy numerosas, desde la cultura ancestral islandesa a las preguntas incontestables sobre la materia oscura (“Dark Matter”).
En definitiva, estamos ante una propuesta arriesgada (se olvidan los ritmos clásicos que aprendimos en la escuela como el 4/4, por propuestas como el 7/4 o el 17/8), pero en definitiva, si le quitamos todo el ámbito pomposo y tratamos de disfrutar de la música, posiblemente podamos llegar a una respuesta personal y sencilla a la pregunta de “¿Dónde se unen la música, la naturaleza y la tecnología?”.
Por: Rubén López