La “Zona Sucia” lleva dando vueltas por casa un par de semanas y debo confesar que hasta hoy, no he tenido el tiempo suficiente de sentarme a desgranarlo con calma. No es un hecho extraño, aunque pueda parecerlo. No es que me sea indiferente el álbum, ni tampoco que me haya dejado de llamar la atención la obra de Nacho Vegas. Nada más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que cuando uno se enfrenta a un nuevo disco del asturiano, debe tomarse un tiempo prudencial para poder descubrirlo en toda su extensión, esplendor y grandeza.
Al principio es una frase ó el estribillo lo que llama tu atención. Se queda grabado en tu cabeza y no puedes dejar de cantarlo. Acaba la reproducción y deseas volver a escucharla, hipnotizado ante una canción que suena una y otra vez, como si te persiguiera. Instantes después, ese retazo al viento que te ha marcado, se contextualiza con el peso de una historia, la que se esconde detrás de cada tema. Es ahí cuando uno cae en un bucle infinito. Atrapado por el personaje y lo que canta. En una suerte de movimiento cíclico que ocurre con Nacho Vegas y cada una de sus obras.
La dimensión de los cortes que propone exigen de una degustación muy pausada. Nunca fue el norteño un compositor de escucha fácil, todos los que le venimos siguiendo desde hace años, lo sabemos con certeza. Él propone otro sendero por el que transitar. Y parece ser que por fin un montón de gente ha decidido seguirle en su caminar. Ahora, instalado en la cresta de la ola del éxito, el tiempo parece haber dado la razón a su estrategia que consta únicamente de tres ingredientes, buenos discos, buenas canciones y mucho trabajo de carretera.
La “Zona Sucia”, su última entrega, nos muestra una vez más a un artista con las pilas cargadas, en una colección de canciones en las que es patente la utilización de viejas costumbres y también la aparición de saludables novedades que no hacen más que engrandecer un poco su leyenda.
Diez cortes que encuentran como eje vertebrador el desamor contado por la particular prosa de un Nacho Vegas, que se nos muestra mucho más cercano que en anteriores trabajos. Ahora sus letras se universalizan hasta el punto de mostrar una accesibilidad inusitada, hasta el punto de poder reflejarnos en lo que le pasa como si de un espejo se tratara.
No es ésta la única novedad que nos encontramos en el álbum, a diferencia de sus predecesores, éste es un disco más comedido en el minutaje y que, para sorpresa colosal, contiene brotes de esperanza. Pequeños rayos de sol que se vislumbran en el lejano horizonte, como queda patente en cortes como “Reloj sin Manecillas”.
Entre las novedades también debemos enumerar el creciente protagonismo que adquieren en éste cancionero los teclados de los que, como es habitual, se encarga Abraham Boba, un fijo en la banda que acompaña al ex miembro de Manta Ray y que cada vez va ganando más peso en el panorama musical alternativo de nuestro país.
Un tema que se eleva por encima de la media es “La Gran broma Final”, una canción que va creciendo a medida que la escuchas y que, sin ningún género de dudas, suena a recadito para Christina Rosenvinge. Personalmente opino que en éste caso no es más que una “broma”, como su autor bien indica, y que ni tan siquiera tiene mala intención. Comentan por ahí que la Rosenvinge también le ha dedicado una tonada en su álbum “La Joven Dolores”, concretamente “Weekend”, por lo que parece que el temido efecto Pimpinela se ha hecho realidad, eso sí, salvando las distancias y con una clase magistral en ambos casos.
Otros buenos cortes son “Taberneros”, acompañado de Pauline en la Playa, y “Perplejidad”, en los que llaman poderosamente la atención los coros infantiles que incluye – ya los utilizó anteriormente en temas como “El Hombre que casi conoció a Michi Panero”- y que pretenden, a buen seguro, reducir la carga dramática que encierran ambas.
Personalmente debo confesar que, por encima de ellas, siento debilidad por otras dos canciones de las que conforman esta “Zona Sucia”, estoy hablando de “Lo que Comen las Brujas”, fantástica letra de principio a fin, y esa advertencia centrada en el folclore mexicano que supone “El Mercado de Sonora”, enorme trallazo que musicalmente hablando es la que más rompe con la línea general de todo el disco.
Tras las pertinentes escuchas, el veredicto es claro. Nacho Vegas lo ha vuelto a conseguir. Una vez más ha logrado entregarnos una colección de canciones que no decepcionan. Ha variado en parte la forma, ciertos temas muestran una clara evolución y hasta se abren a nuevos matices, pero, todo ello, sin traicionar el espíritu del personaje ni la marca de fábrica que le ha convertido en uno de los más gran compositores de canciones de éste país.
Por: Javier González.
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