El Sol (Madrid). Sábado 11 de Diciembre. Público: ¾ de entrada.
Teniendo en cuenta que esta es la primera crónica del abajo firmante para “El Giradiscos”, espero querido lector, que me permitas que antes de entrar en materia, agradezca la oportunidad que se me ha dado de poder colaborar en este trocito del ciberespacio que cada vez brilla con más fuerza gracias al esfuerzo del equipo que hay detrás y sobre todo, gracias al respeto y calidez que destilan los textos que aquí se publican a diario, sinónimo de lo que realmente es el motor que mueve esta maquinaria: el indudable amor por la música que inunda esta web. Los que me conozcáis por haberme leído por otros lares de ese inmenso universo que es internet, sabréis que mi verbo no siempre es condescendiente y que muchas veces tiendo a subyugar mis textos a ese recurso que me tiene atrapado como un torbellino infinito, y que no es otro que la metáfora. No es que ahora vaya a perder mis señas de identidad (algo que sinceramente no quiero hacer y que por otro lado me supondría un inmenso esfuerzo), pero sí prometo aquí y ahora que voy a intentar ceñirme a esas disecciones profundamente descriptivas que desde “El Giradiscos” se hacen de los conciertos de tus grupos favoritos (o no) y que a la postre es la característica o seña de identidad que más me ha enganchado siempre de este espacio, porque permite al lector revivir experiencias de forma más que fidedigna o bien vivir en primer persona actuaciones a las que no se ha asistido, como si realmente hubiese estado en primera fila. Y después de esta parrafada y si todavía sigues ahí, embadurnémonos ya de una puta vez en harina y hablemos del bolo celebrado este pasado sábado en El Sol.
El otrora líder del grupo “Elefantes” presentó en la capital el que es su último disco en solitario: “El poder de lo frágil en acústico” (2010), una especie de reedición de corte íntimo, o lo que es lo mismo, libre de artificios, del disco de título homónimo que también había publicado este mismo año. Acompañado de su escudero, Ricky -guitarra eléctrica y coros-, Juan Manuel Álvarez Puig, desgranó la mayoría de cortes de este álbum bajo este nuevo formato, lo que por encima de todo, los ha dotado de un poso mucho más edulcorado, que ojo, le sienta bastante bien a muchas de sus composiciones y que a la postre hace que Shuarma cada vez se asemeje más a un cantante melódico de corte clásico.
Abrió la noche con dos temas de este último largo editado: “La única opción” -que fue de lo mejor de la noche- y “Despierta”, dos temas de pop/rock que por intensidad sí nos recordaron al Shuarma de la época de “Elefantes”, pero en los que ya se observó ese giro hacia composiciones cada vez menos oscuras y mucho más lumínicas que parece definir ahora su música, cimentadas sobre todo en una voz que sonó limpia y casi perfumada, como ropa recién salida de la lavadora y que alcanzó unos registros de altura, demostrando que no necesita de una banda detrás para suplir carencias, sino que se desenvuelve bastante bien dentro del formato acústico. Las poéticas letras de ambos temas (algo que no ocurre en todo su repertorio) también ayudaron a hacer que esta abertura del espectáculo fuese uno de los momentos álgidos del bolo.
Con “Que yo no lo sabía”, llegó la primera canción de “Elefantes”, perteneciente a su disco más conocido – “La Forma de Mover tus Manos” (2003)-, en la que Shuarma ya dio los primeros síntomas de que quizás quiera abarcar demasiado en cuanto a registros, sin tener una buena cuerda para amarrar todos ellos con la fuerza y seguridad que debería. De hecho, la forma “agorgoritada” con la que nos “deleitó” en el estribillo, se asemejó más a productos comerciales del rollo Bustamante, que a lo que seguramente el cantante de Barcelona pretendía aplicar a este tema, que no es otra cosa que ese deje aflamencado del maestro Manolo García, que tan lejos le queda.
Tras esta deslavazada revisión, volvió a la carga con dos de los mejores cortes de “El poder de lo frágil”: “Falta de amor” y “Vírgen de Guadalupe”, en los que volvió a subir la intensidad, gracias en buena medida a la labor de Ricky a la guitarra. Y a continuación una nueva revisión de otro tema del disco “Azul”, “Por verte pasar”, preludio de la versión de “Billy Jean” de Michael Jackson que interpretó después, tras referirse al rey del pop, como un hombre que no fue ni negro ni blanco, sino dorado, porque su legado musical es oro puro. Es curioso que un tema de pop de corte optimista, fuese a la postre la canción más triste y oscura de todo el repertorio de Shuarma, quien por el contrario dotó de un cariz más luminoso al resto de sus composiciones. Quizás esta es la mejor manera que encontró de hacer suya la canción de Jackson y así evitar comparaciones con el maestro, que seguramente hubiesen sido odiosas.
Tras el momento triste de la noche, llegaron “Yo mismo” -“El poder de lo frágil”- y “Azul”, del disco homónimo de Elefantes, que encendió a un público ya de por sí entregado (como Lapido, Shuarma cuenta con una buena legión de devotos y fieles admiradores), pero que para mí no fue más que una interpretación bastante “comercialoide” de un tema que en sus orígenes he de confesarlo, tampoco me atrajo jamás y que creo que posee una de las letras más facilonas y pueriles del indie pop patrio. De hecho, este tema fue la antesala de uno de los momentos más azucarados del concierto que se vivió con el bloque de canciones, “La felicidad” (Bunbury y Shuarma para el proyecto Bushido), “Otra ráfaga de luz” y “Vuélvelo a intentar” (“El poder de lo frágil”) y “Piedad” (“Azul”), todas ellas interpretadas en un tono tirando a blandito no apto para diabéticos. Y es que por momentos Shuarma, pareció transmutarse en un triunfito o en un cantante más típico de la radiofórmula, alejado de las fuentes más oscuras de las que hace años brotaba su música. De hecho, el que en otros tiempos parecía un alumno aventajado de Bunbury, quien no en vano, se fijo en él y produjo varios de sus discos, ahora parece haber sufrido una crisis de identidad, y pese a que profesionalismo no le falta, está penetrando por unos derroteros que no son nada fieles a su estilo. Y es que, se está convirtiendo en un artista que sobre todo canta al amor, pero de forma demasiado ñoña, sin tener en cuenta esos sentimientos más negros y atormentadores que también definen a éste. Sin hacer referencia a ese lado más canalla que sin embargo tan bien explota Bunbury y marca las diferencias entre uno y otro.
Para los bises quedaron “El tiempo se puede parar” (“Más universo”), una gran “Elixir de juventud” (del disco tributo a Antonio Vega: “El alpinista de los sueños”) y “El universo” (“Universo”), con la que se cerró una actuación que hizo las delicias de sus incondicionales -sus aplausos todavía reverberan en mis sienes-; y que a mí, que no lo soy ni mucho menos, me dejó un sabor “agri”, debido al exceso de dulce, pese a reconocer que el catalán estuvo más que correcto y tiene tablas de sobra.
Texto y Fotos: David Lorenzo Sánchez “El Chulón”
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