Madrid. Palacio de los Deportes. 1 de diciembre.
Volvía Bunbury a nuestra ciudad y, más allá de la cartelería y de los comentarios habituales desde hace semanas, de este detalle nos percatamos cuando a nuestra llegada a las inmediaciones del Palacio de los Deportes observamos el ir y venir incesante de millares de personas de uno a otro lado. Ese trasiego denotaba grandeza. El aragonés errante volvía a Madrid y había muchas ganas de verle en su hábitat. Donde mejor se mueve. En el directo.
Ni los casi setenta euros que costaban las localidades más caras, ni tan siquiera las bajas temperaturas con que nos recibía el primer día del mes de diciembre, lograron que el zaragozano dejará de congregar a miles de personas en nuestra ciudad. Y es que claro cuando uno es una estrella, todo funciona a lo grande, como bien podríamos empezar a comprobar minutos después.
Ya en el interior, a resguardo de la desapacible tarde-noche, pudimos observar que aún hoy abundan los fieles que mimetizan su imagen con cualquiera de las fases por las que ha pasado Enrique a lo largo de su carrera. Para muchos jóvenes – o quizás ya no tanto- es un ícono, de ahí que la pasión que le profesan sus fans en ocasiones sea tan desmedida como merecida.
No faltaron los seguidores que cinta en el pelo nos hacían pensar en la época de “Senderos de Traición”, al frente de Héroes del Silencio. Tampoco se escondieron los de chupa de cuero, al más puro estilo “El espíritu del Vino”. Aunque quienes ganaban por goleada eran aquellos que se decantaron por el sombrero de cowboy con calavera al frente. Más cercanos a la estética “Hellville Deluxe”.
Ante semejante despliegue de idolatría es inevitable pensar en la fuerza, en el hechizo de este músico para tantas y tantas personas para quienes su música está cargada de himnos que les acompañarán por el resto de su vida.
En esos pensamientos andábamos enfrascados cuando nos dio por mirar al escenario. En ese instante nos percatamos que desde determinadas localidades, incluida la nuestra, la visibilidad del escenario era poco menos que reducida. Las pantallas iban a ser necesarias si querías tener la certeza de que sobre las tablas iba a estar Bunbury- y no un imitador de tres al cuarto- por lo que ante la ausencia de certeza sobre el uso de las mismas durante el concierto –no funcionaron durante ningún momento de la actuación- decidimos buscar una ubicación alternativa a la que indicaba nuestra entrada.
La jugada nos salió a pedir de boca, pero uno no puede dejar de pensar en la cantidad de personas que pagaron una entrada para “intuir” un concierto. No me gustó ese detalle. Lo tengo que confesar. Ir a ver un directo consiste en eso, en verlo. No en pasar por caja. Quien va al Palacio sabe a lo que se expone, pero no estaría de más empezar a cuidar la cultura como se merece. En tiempos de crisis y pagando una entrada “bien pagada”, no me parece justo que esto sea así. Minutos más tarde el propio Bunbury confesaría que “la intención era venir a hacer Teatros pero Raphael tenía todos cogidos”. Quizás esa hubiera sido una gran solución.
Sobre las nueve y cuarto de la noche las luces del edificio de la Calle Goya comenzaron a desplomarse. Era la señal inequívoca de que estaba a punto de comenzar el espectáculo.
Una onírica introducción a base de piano dio paso a la aparición en escena de Bunbury, quien atacó las primeras frases de “Las Consecuencias”. Perfectamente engalanado, sorprendentemente estático, apegado al pie del micro sobre una especie de podium que emergía del centro de escenario. Interpretando con calidez y rotundidad. Un auténtico disfrute desde el minuto uno.
Los medios tiempos continuaron de la mano de “Ella me Dijo que No”, tras la que llegó el saludo al público de nuestra ciudad, “Buenas Noches a todos. Es un gusto estar en Madrid”, confesó el zaragozano, que ya había bajado del púlpito en que se encontraba situado para acercarse un poco más a las primeras filas.
El tercer tema en sonar fue “De todo el Mundo”, al que continuó una impresionante interpretación del que fuera single de adelanto de este último trabajo “Frente a Frente”. La revisión del clásico de Jeannette fue recibida con mucho cariño por parte del público madrileño.
Con “Los Habitantes”, esa historia de amor, de ruptura de convicciones, en que Bunbury canta, “Y en mundos más allá o en mundos venideros, nos echaremos de menos o envejeceremos a la vez”, comenzó una fase más rockera, más eléctrica del concierto.
Para ese instante sonaron una remozada “Enganchado a Ti”, muy cercana Honky-tonk, “El Extranjero”, con la que la audiencia disfrutó en gran medida. Coreando a voz en grito su estribillo dejando incluso sus asientos momentáneamente libres, o esa maravillosa canción que es “Desmejorado”. Arrastrada hacia el terreno de la chanson francesa, acelerada hasta lo vertiginoso en su parte final y con un Bunbury ejerciendo de gran frontman. Es el maño un tipo capaz de excitar a la masa como pocos lo hacen y eso que anoche estuvo más comedido. Más intenso que eléctrico en sus movimientos.
La actuación siguió creciendo, yendo a más de la mano de canciones como “Bujías para el Dolor” o “Hay Muy Poca Gente”.
Uno de los grandes momentos de la noche llegó cuando Enrique decidió recuperar una canción de Héroes del Silencio. La presentó diciendo que “hace veinte años que editamos un disco en que apareció esta canción”. A renglón seguido interpretó “Senda”, de aquel maravillo disco “Senderos de Traición”. Quizás mi favorito de la banda.
Con “Senda” consiguió hacernos rejuvenecer muchos años. Concretamente algunas décadas atrás, cuando siendo casi unos niños y con nuestros primeros ahorros acudíamos a las extintas tiendas de la calle Tres Cruces, para comprar discos piratas de una de las bandas que más nos ha marcado en nuestra vida. Qué tiempos aquellos y qué gran interpretación de Bunbury en este tema. Consiguió sin duda emocionarnos. Un buen regalo que algunos supimos apreciar.
Tras este atracón rockero, el pulso se relajaría de la mano de “Que Tengas Suertecita”, “Sólo Si me Perdonas” y la emocionante, “Sácame de Aquí”.
Fue en ese momento en que pudimos comprobar la cuidad puesta en escena con la que trabaja el aragonés. Todo cuidado al milímetro. Desde los uniformes hasta la iluminación, pasando por todos y cada uno de los pequeños detalles. Por no hablar de la calidad en la interpretación de cada tema. Fue curioso escuchar a un caballero sentado a nuestra derecha comentar sinceramente, “¡Qué bien tocao!”. Pues sí, pensamos. Muy bien tocado. Por supuesto que nos giramos y le sonreímos en un gesto de complicidad.
Con “Sí” e “Infinito”, en una versión muy cercana al blues, logró arrebatarnos un poco más los corazones. Hemos escuchado esas canciones en muchos directos. Muchas veces en casa. Aún a día de hoy, nos siguen tocando la fibra sensible.
Inmediatamente después presentó a los Santos Inocentes, la banda que le sirve de soporte musical desde su anterior trabajo, “Hellville Deluxe”, e hizo “una petición y un ruego”, para que apostáramos por el Rock and Roll. Había llegado el momento de tocar la versión del conocido tema de Más Birras. Un clásico del rock aragonés y que siempre servirá de homenaje al queridísimo y tristemente desaparecido Mauricio Aznar.
Había llegado el momento de los bises. Aún quedaba mucha tela que cortar. Tras unos minutos para recobrar el aliento, volvieron al escenario para darnos un poco más de tralla.
Comenzaron con una más que sorprendente revisión de “El Anzuelo”. A mitad de camino entre el funk y las canciones nueva oleras al más puro estilo Blondie. Dejó atónitos a propios y extraños con esta combinación. Nos gustó para que engañarnos. Tras ella interpretó “El Hombre Delgado que no Flaqueará Jamás”. Fue de menos a más, hasta acabar rompiendo en una canción de lo más guitarrera.
El momento glam vino de la mano de “Lady Blue”, con un Álvaro Suite que se fundió en uno con el gran Mick Ronson y un Bunbury inconmensurable que volvió a colocarse en el podium del centro del escenario para volver a mostrarse como el ícono que es. Un grande de nuestro panorama. Quizás el más grande. Los flashes volaban en una gran instantánea.
Volvieron a desaparecer del escenario para aparecer por última vez. En esta ocasión nos esperaban tres canciones que cerrarían para siempre una gran velada.
La primera en sonar fue “El Boxeador” en formato acústico, donde hay que resaltar la gran labor en el slide-guitar de Jordi Mena. Dio una auténtica lección en una canción que se encuentra entre los temas favoritos de este último disco de Bunbury para las personas que hacemos posible esta web.
Hubo tiempo para acordarse de “El tiempo de las Cerezas”, trabajo grabado a la limón con el “Hermano Nacho Vegas”. De este rescató “Puta Desagradecida”, recibida con euforia por el público que llenaba, casi en su totalidad, el Palacio de los Deportes.
El cierre vino de la mano de “El Viento a Favor”, canción con la que se despidió no sin antes dar las gracias a todos los asistentes.
Por un momento pareció que iba a haber un tercer bis, pero de pronto las luces se encendieron y entendimos que la actuación, ahora sí, había llegado a su fin.
La verdad es que a la salida el veredicto era unánime. Había sido un conciertazo. No faltaron tampoco quienes pusieron peros al repertorio o a la canción elegida para cerrar el concierto, pero sin duda eran los menos.
Un servidor siempre piensa que con artistas de esta talla y trayectoria el set list nunca acaba de ser del gusto de todos. Siempre falta esta o aquella canción. En cuanto al cierre no, no me pareció el más adecuado, pero no seré yo quién diga que lo de anoche fue malo ni mucho menos. Además que creo que el cierre no le resta puntos al conjunto.
Siendo sincero creo que una actuación como la de anoche está a la altura de muy poca gente. Sí, es verdad. Creo que hay pocas bandas y menos de nuestro panorama que puedan darla. Y sí, uno de los pocos que puede hacerlo y ayer lo hizo fue Enrique Bunbury. De vuelta a casa, con la sonrisa en los labios. Nos íbamos pensando que habíamos visto a Bunbury, El Rey en su palacio.
Texto: Javier González
Fotos: Iván González.
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