En el mundo del rock, cómo en todos los ámbitos de la vida, te encuentras de manera casual con personas hacia las que acabas sintiendo una especial simpatía. Esa simpatía viene motivada por pequeños detalles. Por ejemplo, hay gente cuya propuesta escénica te atrapa, otros lo hacen por su personalidad, algunos “simplemente” te ganan por su valía personal. Está última característica la valoramos de manera muy especial. En un mundo de abrazo fácil cómo el de la música, observar gestos desinteresados y sinceros resulta complicado, por lo que si los encuentras les das un valor enorme.
El tipo que hoy nos ocupa tiene esas tres características que hemos citado, lo que unido a su pasión por todo lo relacionado con su profesión hacen de Igor Paskual un tipo peculiar al que seguir muy de cerca. Y que mejor manera de acercarnos en profundidad que pasar toda una tarde-noche con él, cómo tuvimos oportunidad de hacer el pasado viernes.
Resumir en unas breves líneas lo que fue la jornada sería harto complicado. Sobre todo por la multitud de conversaciones, anécdotas y bromas que acontecieron. Simplemente diremos que recogimos a Igor en la glorieta de Bilbao a media tarde para acercarle a la prueba de sonido en “El Gatuperio”, donde tendría lugar su concierto, y nos despedimos de él en la madrugada del viernes al sábado mientras nos acabábamos la enésima cerveza de una jornada maratoniana. Entremedias, una tarde maravillosa, con entrevista incluida –pronto la veréis publicada- y una cena de camaradería en la que tuvimos el placer de estar acompañados por César Pop, teclista de Pereza, al que emplazamos para un próximo cara a cara. En definitiva, un día de lo más peculiar rodeados por parte de los mejores músicos de nuestra escena.
De camino a los Bajos de Argüelles, antes de iniciar el concierto, Igor nos confesaba que estaba algo nervioso. Sentía la excitación típica de quién está a punto de subirse al escenario. No me digáis porque, pero fue un placer escuchar esa confesión de su propia voz. Nunca nos había ocurrido, observar los nervios previos al directo aflorar, pura liturgia rock ante nosotros.
Todo lo contrario a un placer, es decir, una pena, fue ver que en “El Gatuperio” no había más de cuarenta personas. Cuando ves a un músico tan de cerca, al final logras empatizar con él y por eso al ver tan escaso número de fieles, es inevitable sentirte un poco mal. Es cierto que Madrid ofrece múltiples posibilidades culturales cada día, es un hecho, pero está actuación merecía más, mucho más, tanto a priori cómo a posteriori.
Alrededor de las diez y media de la noche aparecía Igor Paskual en escena, guitarra acústica al hombro, para dar comienzo a su actuación. Por delante una hora y media de Rock and Roll. Del sincero, del directo, del que nos gusta.
Empezó dando caña, cómo nos había anunciado con anterioridad, de la mano de “Música para Traicionar”, continúo con “Pierdo la Calma”, “El Funeral” y “Automedicación”, un blues que tiene muy buena pinta, una de esas canciones que deseas escuchar en casa reposadamente, disfrutándola en todo su esplendor.
Para entonces las cartas estaban boca arriba. De un lado un público que escuchaba atento, en silencio las canciones de Igor. Del otro, un rockero de verdad, un tipo con madera de estrella que se ha lanzado de lleno al ruedo para ir ganándose a los fans de uno a uno, en el cara a cara, en esos garitos pequeños donde los errores se notan más. Por suerte el señor Paskual tiene canciones y actitud de sobra para salvar cualquier escollo, incluso el de un acústico de veintitrés temas, porque si, no me cansaré de decirlo, los acústicos en la mayoría de los casos bordean la tragedia. Muchos temas en acústico corren el riesgo de cansar hasta al más paciente, por suerte, no fue el caso.
A la cita no faltaron temas cómo, “Tierra Firme”, “El Peor Novio del Mundo”, “Opulencia”, “El Arte de Mentir”, “Nadie Cómo Tú”, “Volver”, una de las canciones más sinceras y que mejor describe lo que es la soledad de un músico que he escuchado en mucho tiempo, la maravillosa “Bipolar” o la nocturna “Bebemos”. Al oírlas sólo te viene a la cabeza las ganas que hay de escucharlas en formato banda y en un disco debidamente presentado. Esperemos que en el próximo otoño estén en nuestra mano en formato físico.
En cuanto a la actitud personal de Igor que decir, estuvo hablador el Donostiarra, cercano, sencillo, cómico, por momentos surrealista y sobre todo bebedor. Sin pasarse, pero cervecero a tope. Claro que pensándolo bien, quién este libre de pecado, que tire la primera piedra. Un servidor no podría hacerlo.
La noche estuvo de lo más entretenida en líneas generales, pero sería una injusticia no destacar algunos momentos. Por ejemplo, fue maravilloso poder escuchar en su voz dos canciones que con anterioridad ya había grabado Loquillo. Estamos hablando de “Canción del Valor” -que se incluía en el directo “Hermanos de Sangre" y posteriormente en “Balmoral”- y de “Waterloo” -recogida en uno de los discos de la antología “Rock and Roll Star, 30 Años, 1980-2010”- esta última me parece un claro reflejo de lo que es subir y bajar, para finalmente darte cuenta de que sólo los que te aprecian de verdad permanecen cerca tuya, ajenos a los vaivenes de tu vida. Un tema íntimo, sincero, simplemente precioso.
Hubo tiempo también para que volviéramos a escuchar varios temas claves del rock asturiano. Dos de ellos pertenecientes a su anterior banda Babylon Chat, cómo fueron “Días de Vino y Rosas” y “El Último Brindis del Año”, del álbum “Bailando con Brando”. A modo de curiosidad decir que también interpretó una versión de “Nubes de Tormenta” de Los Locos, banda en la que militó el hoy afamado productor Paco Loco. Un tema que nos era desconocido pero que nos encantó en directo. No en vano, desde la pasada noche no deja de sonar en casa. Si no lo conoces, permíteme un consejo, dale una escucha, te atrapará.
Cerró su actuación con otro gran tema “El Corazón del Hielo” con el que puso el broche de oro a una bonita noche. Tras ello no exagero si digo, que fue saludando y conversando con todas las personas que nos encontrábamos en “El Gatuperio”.
Una clara muestra de la sencillez de este gran músico. Nos despedimos de él con la promesa de volver a encontrarnos más pronto que tarde.
No podemos dar por finiquitado este artículo sin expresar nuestro agradecimiento a David Muñoz y Raúl Molina, responsables de la organización de este evento. Ambos llevan más de diez años al frente de “Estación Sonora”, una más que interesante iniciativa radiofónica de las que de verdad pueden calificarse de “independiente”, dando rienda suelta, desde Radio Las Águilas, a la que sabemos que es una de sus principales pasiones, la música.
Han pasado muchos años desde que nos conocemos, sobre a todo a Raúl. Lejana en el tiempo queda aquella tarde de verano en que nos presentamos en el “Saxo Music-Bar”. Un garito en la zona de los bajos de Argüelles que tardaríamos muchos años en abandonar. Esa primera toma de contacto derivó en una amistad sincera que se ha perpetuado durante todo este tiempo. Cuando nos conocimos existía nuestro “Saxo” y su “Estación Sonora”. El paso de los años trajo nuestro “El Giradiscos” y su “Gatuperio”. Lo que no ha cambiado es nuestra amistad. Ahora ellos andan en la labor de ir organizando conciertos en formato acústico, otra vuelta de tuerca más en su pelea por que la música sea considerada de una vez por todas cómo lo que es, cómo cultura. Desde aquí os deseamos la mejor de las suertes chicos.
Texto: Javier González
Fotos: Iván G. Padilla
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*La Riviera, Madrid, jueves 14 de noviembre de 2024. *
*Texto y fotos: Jorge Bravo “El Gurú”. *
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