Un marco incomparable sorprendía nuestra llegada al cruce de calles Cea Bermúdez y Bravo Murillo. Un impresionante edifico de arquitectura modernista dominaba desde su atalaya, la mítica calle madrileña. Se trataba de los Teatros de Canal. Amplias cristaleras, cientos de luces, escaleras mecánicas, dos salas de diverso tamaño. En total más de 35.500 metros cuadrados, dedicados única y exclusivamente a la “cultura”. Elemento básico sobre el que giraría el evento de esa noche.
No nos encontrábamos ante un edificio histórico de Madrid, al menos no, ante uno de esos, que encierran entre sus paredes gran parte de la historia de nuestra ciudad. Sin embargo, sus enormes dimensiones le hacen centro de las miradas de los viandantes. El volumen y arquitectura del mismo llama la atención de cualquier persona que pasee por su alrededores y es que por muy despistado que se sea, un “gigante de la cultura” siempre es un “gigante”.
Una gran mole de hormigón, realizada en tiempos de bonanza económica a golpe de talonario. No en vano cabe resaltar que el presupuesto de ejecución superó en su día, agárrense señores lectores, los 100 millones de euros. Una cifra mareante, al menos para un servidor, no me negaran que hay días que uno no gana eso, ni tan siquiera se le aproxima. En fin, apagaremos el botón de la ironía, o mejor no, que el asunto da para tirar alguna pullita más.
Cómo bien decíamos antes, nos encontrábamos poco menos que ante un “Templo de la Cultura”, uno de esos lugares que los bien pensantes, los garantes de la moral, de la ley y el orden, no quieren ver ligados a la palabra Rock and Roll, ni en pintura. Sin embargo, el pasado sábado sobre tan “sagrado” lugar acechaba un peligro. Las hordas rockeras amenazaban con profanar tan sacro santo lugar…
Y allí, cómo en tantas otras citas, estábamos la gente de “El Giradiscos” para contarlo. Nosotros que defendemos la música cómo parte de cultura y en especial el Rock and Roll, no podíamos faltar a la última noche de los “Conciertos Retrato Mahou”.
Necesitábamos ver desde dentro cómo funcionaba esta propuesta, conocer la opinión de organizadores, músicos y, sobre todo, observar en primera persona la respuesta del público, al dar un paso adelante y considerar a los conciertos como lo que son. Cómo forma de expresión de la sociedad. A pesar de que haya quién no lo considere así, a pesar de que las instituciones miran con recelo, con reparo, a pesar de los que no consideran la música como forma de cultura…había que estar allí, para reivindicar, para decir que no, que están equivocados. El rock es cultura, así lo creemos en esta casa, así lo creen los que acudieron hasta los Teatros de Canal en estas tres noches de Rock and Roll.
El goteo de gente durante la media anterior al concierto fue incesante. Poco a poco, las gradas del teatro, con una capacidad para 850, fueron poblándose de gente, hasta presentar un aspecto de lo más respetable. El tiempo transcurría entre conversaciones de esto y aquello, hasta que una voz nos anuncio que “la representación estaba a punto de comenzar”.
A los pocos instantes aparecieron en el escenario Miss Caffeina banda que debe gran parte de su éxito al fenómeno Myspace, cuentan con cuatro EPs en el mercado, “Destrucción Creativa”, “En Marte”, “Carrusel” y “Magnética”, próximamente verá la luz el que será su primer Lp. Lo suyo fue un set, que fue increscendo, poco a poco hasta hacer explotar a los asistentes.
En un principio, el público en su práctica totalidad decidió permanecer en sus asientos. La actitud de respeto y atención se palpaba en el ambiente. Ese es uno de los matices, de los claros contrastes que aporta el teatro, frente a las salas de conciertos al uso. Los espectadores decidieron permanecer en silencio, atentos a los pequeños detalles, esos que suelen pasar más desapercibidos. De esta manera, Miss Caffeina fueron desgranando su repertorio, no faltaron a la cita canciones cómo “Barco de Papel”, “Carrusel”, “Nada parece suficiente”, “Píldoras”, “Todos temblando” e incluso se atrevieron con una versión del “Something” de The Beatles, para la que contaron con la colaboración de Pablo, guitarrista de Circodelia. Según avanzaba el concierto, la actitud del público fue variando. Poco a poco, abandonaron sus asientos, para permaneciendo en el sitio ponerse de pie y disfrutar del espectáculo. Tras casi hora y media de concierto dieron por finalizada su actuación. En ese momento se bajo el telón y comenzó el impas de espera.
Minutos más tarde, se volvía a alzar el telón. Esta vez era el turno de Sidecars. Los de la Alameda de Osuna cerraban su gira, para en palabras de Juancho “desaparecer durante los dos próximos meses”. El motivo no es otro que la grabación de su próximo trabajo. Se despidieron con un concierto lleno de canciones directas, herederas de Tequila, Burning y los Stones, que desde un primer instante hicieron que la gente abandonara sus asientos para presenciar el espectáculo de pie. Estos chicos se lo pasan bien en escena y eso se transmite al público. En este caso, la actitud sosegada, receptiva, de escucha, típica del teatro, salto por los aires de la mano del rock canalla de Sidecars. No faltaron en su repertorio “Chica Fácil”, con la que abrieron el show, “Y todo lo demás”, “Tipo Elegante”, “Muy Bien”, “Mundo frágil”, en la cual Juancho se hizo acompañar del piano de César Pop, al menos casi hasta el final, momento en el que apareció el resto de la banda, para romper el toque intimista que estaba caracterizando a la canción. La actuación terminó cómo viene siendo habitual con “El Jugador”, en una versión extendida de varios minutos, en la que el vocalista aprovecho para presentar a la banda.
Después se hizo el silencio. Los asistentes abandonaron ordenadamente el recinto. Un recinto que para tranquilidad de los garantes de la moral no sufrió desperfecto alguno. No hubo incendios, ni destrucción de mobiliario, ni tan siquiera alguna pintada reivindicativa. Las instituciones pueden respirar tranquilas, o quizás no. Ahora no hay excusa para negarse a volver a ceder el recinto…
Una vez finalizado el concierto tuvimos la oportunidad de adentrarnos en el backstage para charlar con Miss Caffeina, quienes nos comentaron sus impresiones tras haber participado en esta iniciativa. Su cantante y guitarrista nos comentaban que “El rock es una forma de cultura. Al acudir a un concierto ves a mucha más gente que en cualquier exposición. El Rock conecta más con la gente que cualquier otra forma de expresión. La música es la forma más directa, pero es el Rock, el que mueve a las masas. Crea ese ambiente en el que la gente se siente identificada”. En cuanto a las diferencias entre tocar en una sala normal y en un teatro nos comentaban “El respeto al teatro es mayor, es un lugar donde se hace arte. Al tocar te planteas que la forma en la que le va a llegar a la gente es distinta. La gente esta sentada, atenta a cada uno de tus movimientos, por eso hemos intentado plantear algo distinto”. En última instancia les pedimos una frase que pudiera aparecer cómo titular, fueron rotundos al respecto. “En definitiva, el Rock es cultura y quién no quiera verlo es que esta ciego. Para nosotros el hecho de que cedan el Teatro de Canal puede ser el primer paso para que esto se convierta en algo habitual”.
Tras esto y después de volver a comprobar que el Teatro no había sido incendiado, ni asaltado por las hordas rockeras, nos abrimos paso en la noche madrileña con la sensación de que en nuestro país son necesarias apuestas cómo esta, apuestas que pretendan dignificar y elevar a la música en general y al rock en particular como lo que son, cómo formas de cultura. Sobre todo en un período en el que las salas sufren unas serías restricciones por parte de los Ayuntamientos.
Texto: Javier González.
Fotos: Paco Manzano.
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*La Riviera, Madrid, jueves 14 de noviembre de 2024. *
*Texto y fotos: Jorge Bravo “El Gurú”. *
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