Antonio Vega 1957-2009. El adiós a una leyenda


“Para morir viví, muero por estar vivo”


Se ha ido el Maestro. No nos lo terminamos de creer pero se ha ido. Y con su marcha deja un enorme hueco en el panorama musical. Porque él era uno de los grandes. Un genio. El poeta de la interioridad, el filósofo del tiempo, un científico. Un gran creador que lograba unir en sus canciones poesía, filosofía y ciencia de manera magistral y única.

Desde que conocimos la noticia, el mundo de la música y miles de seguidores llorábamos la muerte de Antonio Vega con la misma cercanía de la que tantas veces le hemos disfrutado. Porque el martes 12 de mayo sentimos que perdíamos un confidente, un amigo, el mejor, ese que nos conoce y nos regala las palabras perfectas, las que necesitamos en los momentos difíciles. Ese compañero con el que hemos compartido tantas experiencias.


Y es que Antonio hablaba del alma humana, buceaba en ella para expresar con frases precisas y muy cuidadas toda esa maraña tan complicada. Para ello se servía de originales metáforas (“Como aquel palillo que flotara en un inmenso oceáno que alguna vez lo maltratara”), de imágenes impactantes para describir la complejidad de lo humano (“Siento bajo el suelo el lodo que ensuciaba el pelo”). 

Antonio entraba en la intimidad sin miedo, de manera atrevida, porque era el territorio en el que se sentía más cómodo. Y desde ahí lograba pintar con palabras sentimientos universales (“Mi vida es 
esa canción amiga de la luna, escrita en el corazón para ahuyentar la noche oscura”).

A menudo hablaba de su mundo más cotidiano: los gatos, sus amigos, la montaña, su pareja, su familia...y así nos contaba sus vivencias que, a la vez, eran las nuestras. Él describía al ser humano desde su pequeño-gran mundo (“Qué haría mi animal si comprendiera que es genial, no dejaría de pensar”).

El paso del tiempo era uno de los temas que más le obsesionaba, sobre todo la relatividad con la que vivimos algo tan aparentemente medible. Así, por ejemplo, presentaba en un recital una de sus más famosas canciones: “Ni un millón de años me harán olvidar aquella décima de segundo en la que olvidé un millón de años”. 

Lo inevitable del paso del tiempo lo afrontaba con lucidez y valentía (“No le tengo miedo al tiempo que se va”), con la fortaleza de quien sabe que cada momento es irrepetible, con la alegría de quien sabe vivirlo (“Cada pueblo, cada puente, cada cruce me ha enseñado que con hoy es suficiente y mañana es demasiado”). Era su particular “carpe diem”. Una actitud optimista que afloraba espontánea en muchos de sus temas (“Es mi andar discreto e indiscreta es mi alegría”).

Esta ilusión impregnaba también sus canciones de amor en las que cantaba con sencillez y a modo de confidencia íntima sus emociones del día a día. Pocas veces habló del desamor (“Ella es mujer, niña, ella es mi chica pues sin moverse me trae el levante y el sol”). 

Antonio reflejaba en sus letras lo que era, sin más pero tampoco menos, y mostraba a corazón descubierto su mundo interior, esa compleja personalidad genial, teñida de una exterma sensibilidad. A pesar de su timidez, nos dejaba conocer su vida, lo más íntimo de su vida. Y lo hacía con humildad, otro de sus rasgos. Era humilde, como todos los genios que realmente lo son. Nunca se ha enorgullecido de su enorme talento y reconocía con cariño y admiración el valor de otros cercanos suyos: Basilio Martí (a quien llamaba Maestro), Nacho Béjar, su hermano Carlos Vega... 

Siempre atento con sus seguidores, no escatimaba tiempo para hacerse fotos o firmar autógrafos y recogía con modestia la admiración que le dedicábamos. Una actitud cercana, muy distinta de la indiferencia con la que escuchaba los mensajes de ánimo y las críticas sobre su aspecto. Sólo una vez se permitió dejar salir el hastío que le producían estas palabras (“El minuto que le niegan a escuchar y aprender es el mismo que jamás podría yo perder con él”). Porque quienes así hablaban poco le conocían, ya que tras esa apariencia de fragilidad se escondía una fortaleza y un optimismo envidiables. A él mismo se le pueden aplicar los versos que dedicó a su Marga (“Quisiera que mi mano fuera la mano que talló tu pecho blando en material tan duro”). 

Por último, destacar su particular sentido del humor, fino, inteligente y absurdo. En una de sus entrevistas más recientes, afirmaba: “Yo cuando no compongo, descompongo”.

El vacío de los soñadores 

“Quiero escuchar crujir las hojas al andar,
una vez más ver que el otoño pase en Madrid”.


No queremos que esto parezca una carta de despedida, porque esperamos que Antonio permanezca en nuestros corazones siempre.

Nos dejaba el Maestro el pasado martes, en un día que ya se han convertido en uno de los más tristes de nuestras vidas. Nos deja un gran vacío, un vacío para los soñadores que siempre nos hemos buscado en él, en sus letras y en su música.
Un vacío muy grande es el que sentimos con esta gran pérdida, esa persona, amigo, genial artista, haciendo de la música su vida y haciendo felices a los demás. Esta clase de seres humanos son los que dejan huella para siempre.

Antonio nos llevaba acompañando desde hace muchos años, era la persona que nos cantaba, que nos acompañaba en los momentos más tristes y más alegres de nuestra vida. En los peores días siempre teníamos el consuelo de ver a nuestro amigo y que él nos abrigara con su poesía, con su arte, con su humildad, su buen hacer, con su dulce y melancólica voz. Su sensibilidad nos hacía entender un mundo mejor, cargado de sueños, y nos daba fuerzas para continuar el día a día.

Su música y poesía nos han hecho soñar y vivir hacia caminos infinitos. Eso él lo sabe y se lo ha llevado consigo. Nosotros seguiremos en la encrucijada buscando la respuesta a un porqué. 

Se ha ido el Maestro. Y con su marcha nos deja su brillante carrera para que muchos le recordemos, los que sabemos que nunca se habrá ido.

“Hoy sé que a tu lado, jamás fuí un perdedor”
Texto de Marta Guijarro Ruiz y Alberto V.
Fotos: Alberto V.