Festival Huercasa: Celebrando años a contracorriente
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Riaza, Segovia. Del 18 al 20 de julio del 2025.
*Texto y fotografías: Àlex Fraile.*
Llega el verano y con él los festivales. Visto con rigor, se podría...
Festival Huercasa: Celebrando años a contracorriente
miércoles, julio 30, 2025
Conciertos
Riaza, Segovia. Del 18 al 20 de julio del 2025.
Texto y fotografías: Àlex Fraile.
Llega el verano y con él los festivales. Visto con rigor, se podría usar el singular ya que de un tiempo a esta parte muchos han dejado de luchar, inmersos en esa legítima visión de no complicarse la vida. “¿Qué necesidad habría?” parece repetirse cualquier promotor de turno en cualquier rincón de nuestra geografía. Basta con seguir la rueda y subirse al caballo ganador. Apostar por los mismos grupos y punto.
A todo ello hay que sumarle una fiebre que llegó para arrasar con todo. Ya lo avisó Nando Cruz en su fantástico libro "Macrofestivales: El agujero negro de los festivales". “Los macrofestivales no son oasis del mundo, sino la boca del mundo”, señalaba incluso en alguna entrevista haciendo hincapié en el hecho de que nuestra mirada crítica desaparece cuando lo estamos pasando bien. Cada cual tendrá su opinión, pero lo cierto es que los grandes festivales son como las fiestas patronales de épocas de bonanza donde cualquier ciudad o pueblo destinaba su presupuesto – real o imaginario – en contratar al artista de moda todo fuese para no ser menos que el vecino de turno, al más puro estilo: y yo más.
Afortunadamente no todo el mundo se pliega a las reglas del juego o busca el éxito económico por encima de cualquier otro factor. Así en una aldea bucólica segoviana conocida como Riaza un grupo de irreductibles soñadores siguen luchando contra las máquinas depredadoras del capitalismo, apostando por música de calidad con sabor a country y americana, cuidando los detalles, con honestidad y respetando el entorno rural.
El Huercasa Country Festival demuestra que se puede vivir a contracorriente, sin alardes, acorde a sus posibilidades, promoviendo un turismo sostenible y de paso demostrando que la música americana sigue de moda. Pocos festivales pueden presumir de cumplir su décimo aniversario sin renunciar a sus principios. A lo largo de estos años por Riaza han desfilado abanderados del género como la mismísima Emmylou Harris junto a Rodney Crowell; Steve Earle; John Hiatt; Los Lobos; Nikki Lane; The Long Riders; Will Hoge; Hayes Carll; Ashley Campbell o más recientemente The Wild Feathers; Eilen Jewell; The Wonder Women of Country o los añorados GospelbeacH.
Este año el Huercasa estaba de celebración y el cartel no defraudó con leyendas del alt-country como los referenciales Son Volt o los siempre adorados por estas tierras, The Jayhawks. Como festival de proximidad que se precia, el Huercasa no descuidó al producto nacional contando con artistas de la talla de la magnética Jodie Cash; Twanguero o Germán Salto, acompañado para esta ocasión especial por su Country Thunder Revue.
A pesar de cuidar los detalles y evitar que los artistas se solapen en diversos escenarios, no fue posible acudir a todos los conciertos. ¿La culpa? Un poco de todo: cuestiones logísticas; contingencias de última hora o los estragos del calor castellano. Dicho esto, y pidiendo disculpas de antemano, aquí va un resumen incompleto del festival.
Viernes 18 de julio
La jornada comenzó a las cinco de la tarde bajo un sol de justicia sobre las tablas del Harvest. ¿Existe un escenario con nombre más hermoso y acertado que este? Sobra la respuesta. Fuese como fuese. No pudimos acudir al concierto de la catalana Jodie Cash, uno de los momentos más esperados de esta edición. Una artista rebosante de clase que bien podría haber nacido donde hubiese querido. No dejaría de brillar, como seguramente brillaron las canciones de su flamante nuevo disco: "My Senses". Un trabajo que transita por distintos territorios, ya sea el country, el bluegrass o el rock. Un buen ejemplo, como demuestra el propio festival con uno de sus carteles más eclécticos, que la música trasciende fronteras.
Al acercarse al campo de fútbol de Riaza y escuchar de fondo la música de los californianos Color Green uno bien podría pensar que se había equivocado de lugar. Todo lo contrario. El Huercasa – en contra de lo que puedan pensar o desear los puristas – no se limita a la música country. Vivimos en un mundo ya bastante encorsetado cómo para limitar la música a un género musical. Así lo demostró el combo americano con su combinación de sonidos psicodélicos, folkies o rockeros. Una manera estupenda de adentrarse en el universo Huercasa, ahí donde el buen rollo y la felicidad tienen cabida.
El sol amagaba con esconderse cuando pisaron las tablas Jason Scott & The High Heat para demostrar que el country actual no entiende de patrones. Los de Oklahoma presentaron "American Grin", su último disco sin olvidarse de rescatar joyas del pasado como "Quittin’ Time" o "In the Offing". En esos momentos resultaba imposible no mover los pies, ajustarse el sombrero vaquero y sonreír mientras sobrevolaba el recuerdo de un tal Tom Petty. No serían los únicos en hacer guiño velado o disimulado al genio de Gainesville.
Tras reponer fuerzas y comer sano – otra de las ventajas de este festival – llegó el momento esperado por la gran mayoría de los asistentes. La demostración de que las rupturas por mucho que sean dolorosas no tienen porque ser para peor. De todos es sabido la historia de Jeff y Jay dos amigos unidos por aficiones y gustos musicales que dieron forma a una de las bandas icónicas y fundamentales de este subgénero que llegó a denominarse la americana. De las cenizas de Uncle Tupelo – otro nombre simple y poético por igual – surgieron Wilco y Son Volt. Lo fácil, al menos visto la trayectoria mediática de unos y otros, sería decir que Tweedy era el alumno aventajado. Personalmente, y disculpas por la licencia, tengo dudas. Farrar demostró con el primer álbum de Son Volt que era capaz de seguir brillando sin su amigo. Ambos sacaron discos prácticamente a la par y el "Trace" de Son Volt nada tiene que envidiar a "A.M." Todo lo contrario, se mire por dónde se mire Trace es una obra maestra.
Con semejantes credenciales y con el recuerdo siempre latente e imborrable de Uncle Tupelo, verdaderos padres del country alternativo, apareció por Riaza la figura de Farrar al frente de Son Volt. El tiempo pareció detenerse mientras repasaban su discografía y desgranaban canciones actuales como la adictiva "Sometimes You’ve Got to Stop Chasing Rainbows", con la que abrieron su concierto o joyas del pasado como "The Picture" o "Cherokee St". Sin embargo, y no podía ser menos al cumplirse treinta años de su lanzamiento, el repertorio giró en torno al imprescindible "Trace". Así entre otros sonaron clásicos como "Out of the Picture", "Ten Seconds News" o la hermosa y sincera "Tear Stained Eye" donde Farrar cantaba esos versos ya clásicos de: “Desecha las malas noticias y déjalas descansar / Si aprender es vivir, y la verdad es un estado mental / Descubrirás que es mejor al final del camino / ¿Puedes negar que no hay nada más grande?”.
El concierto llegaba a su final y una brisa castellana sobrevoló Riaza congelando las almas y estremeciendo al más pintado al son de temas crepusculares como "Drown", "Route" o una eterna "Windfall" con la que empezó esa preciosa aventura llamada Son Volt. Pues eso. “Que el viento se lleve tus problemas / Que el viento se lleve tus problemas”. Los conciertos no son una mera sucesión de canciones, son experiencias, emociones capturadas en la memoria colectiva que por arte de magia sobrevuelan a la mínima señal. Todo esto fue el show de Son Volt y había tiempo para una última sorpresa. Cerrando los ojos toda la explanada creyó soñar al escuchar esa maravilla de Tom Petty que es "American Girl". A buen seguro que cada uno vivió el concierto a su manera, pero desde luego supo a poco y crucemos los dedos para que los amigos de Heart of Gold traigan de nuevo por aquí a esta banda referencial. Lo fácil es ser de Wilco. Lo sabio es no olvidar a Son Volt.
No es plan de ir de esnob y negarse a declarar el triunfador de esta primera jornada. Por decisión unánime a buen seguro que este fue Myron Elkins. Un jovencito de veintitrés años que canta como si llevará toda la vida en la carretera. Ya lo decía él mismo en una reciente entrevista para Ruta 66: “Solo quiero que las canciones suenen como si tuvieran polvo encima. Como si ya hubieran vivido algo”. Misión cumplida. Sus canciones suenan vividas, verdaderas. A pesar de su corta edad volvía a España para cerrar la primera noche del Huercasa con un nuevo trabajo bajo el brazo: "Nostalgia for Sale". Su música sonó a pasado, a presente, a futuro. Myron bebe de viejas fuentes como el soul, el country, el rock o el blues sin dejar de sonar fresco y potente. El futuro está en sus manos y no va dejar pasar la oportunidad de triunfar como lo hicieron antes músicos con alma soul, convertidos estandartes de la americana como Nathaniel Rateliff. Bajo una fresca noche segoviana desplegó guitarrazos de esos que arañan y sobrecogen y nos recordó que la honestidad no es una palabra en desuso. Apunten su nombre: Myron Elkins. ¡No va dejar de crecer, quién avisa no es traidor! Pasan los días y su actuación sigue revoleteando en nuestras cabezas como esa polvorienta balada que es "Wrong Side of the River".
Llegó el momento de volver a casa y recargar fuerzas. ¿Despertaríamos sabiendo bailar?
Sábado 19 de julio
El Huercasa, por mucho que vaya a contracorriente, también tiene sus propias reglas y la principal no es otra que acudir a la Plaza Mayor a tomar el aperitivo, saludar a los amigos de siempre y comprobar si obró el milagro. No hubo suerte, pero ahí estaban ellas y ellos dispuestos a demostrar sus dotes en la Country Dance Line. La mayoría de las personas hicieron los deberes y se animaron a bailar sin perjuicios, sin rubor. Bien hecho. El Huercasa es un festival diferente. El protagonismo es compartido, a Riaza se va escuchar y a bailar. La plaza palpita a la hora del aperitivo y quién haya asistido a alguna de sus ediciones sabrá que ese momento es mágico. Reina el espíritu festivo, el buen rollo y un sabor a americana se impregna de todo el pueblo, para siempre.
Llega la hora de comer. Las opciones son enormes, pero investiguen por ahí. La magia continúa en las terrazas de cualquier hogar, a la vuelta de la esquina, prestos a sorprender.
Por cuestiones de fuerza mayor, no pudimos acudir a las actuaciones de los barceloneses The Barroom Buddies, de Back to the Hills que sorprendieron según parece la fabulosa versión que se marcaron del "Everybody Knows This Is Nowhere" del tito Young. Tampoco llegamos a tiempo para ver al murciano Al Dual abrir el escenario principal con su despliegue de rock and roll clásico, blues primitivo e incluso swing. De todo corazón, disculpa a los tres por el desplante.
Germán Salto, fiel amigo del festival, no quiso perderse este décimo aniversario y subió al escenario elegantemente vestido para la ocasión y rodeado de una super banda, su Country Thunder Revue. Tiró de galones y de músicos mayúsculos como Manu Garaizabal o Ricky Lavado – por mencionar algunos – para atestiguar que sigue estando en lo más alto del escalafón nacional de la americana con el permiso de otro viejo conocido como Quique González. Desplegaron melodías bañadas en pedal steel, mandolinas, banjos, violines y certeras percusiones. Durante una hora Riaza pareció asemejarse a Laurel Canyon. Salto repasó viejas canciones y nos abrió el apetito de su nuevo disco. Uno de los trabajos más esperados por la parroquia durante los próximos meses. Capricho del destino dieron por finalizado su sobrio y certero bolo con una maravillosa versión del "Monday" de Wilco.
Sin tiempo para el respiro llegó uno de los momentos más esperados de esta edición. La puesta en escena y presentación en España del último trabajo de Rob Leines: "Headcase". Un disco concebido tras una extensa gira y que captura la vitalidad del directo. Un directo que es sin duda la principal baza de Leines, mejor dicho, de Roberto. Desde ahora será conocido por su nombre español. Bastaron unas cuantas canciones y grandes dosis de personalidad para que todas las miradas se fijasen sobre el escenario. Pertrechado de su guitarra y acompañado solamente por un bajista y un tremendo baterista la liaron parda como suele decirse, desplegando un sonido puro, poderoso, eléctricamente enérgico y repleto de dosis de rock sureño. Ya lo dice en la canción homónima de su último trabajo: “Hoy me encontré cara a cara con el asfalto / Derramé mi cerebro por todo ese sucio lugar”. Pues eso desde que Leines abandonase su trabajo de soldador para lanzarse a la carreta despliega puro músculo rockero y una vitalidad contagiosa. Esto, junto a sus poderos zapatazos de rock sureño, fue lo que provocó que abandonase el escenario en olor de multitudes y al son de un grito de guerra: ¡Roberto, Roberto, Roberto! ¿Devoción por el artista o vacile? Visto lo visto, más lo primero que lo segundo, aunque Leines no es solo Leines. Sabe rodearse de músicos rebosantes de intensidad que logran que la atención se reparta en tres.
El Huercasa no podía soplar las velas sin invitar a su principal padrino, los mismísimos Jayhawks. Sin lugar dudas una de las bandas de americana con más predicamento en este país, tal como demostró la gran afluencia de público a la jornada del sábado. Los de Minneapolis habituados al frío que a esas horas de la noche ya empezaba a sobrevolar el campo de fútbol de Riaza desplegaron sus melodías cálidas, pero en honor a la verdad – aunque duela decirlo – sonaron descafeinados y un tanto desganados con un Gary Louris más empeñado en recalcar a cada oportunidad que está enamorado. Por estos lares a los Jayhawks se les perdona todo pero cierto es que no tuvieron su noche y su actuación estuvo lejos de la magia desplegada en anteriores visitas. Eso sí – ventajas de contar con una discografía excelsa – salvaron el expediente gracias a temas atemporales como "Tampa to Tulsa" o la propia "Blue". Esperemos que vuelvan pronto y con más ganas. Seguramente cosas que pasan cuando uno juega en casa y piensa tener la victoria amarrada.
Tras esta pequeña decepción llegó el turno de The War and Treaty, encargados de cerrar esta edición del Huercasa. La pareja artística conformada por Tanya y Michael Trotter se encuentra de dulce como demostraron en Riaza. Sus exuberantes voces combinan con un colorido paisaje musical compuesto por suaves ondas de soul, country e incluso rock puro. Su música rebosa alegría y mística. El concierto transitó por el sendero de la espiritualidad, una fantástica manera de ejemplificar como la música trasciende fronteras.
Así terminó una edición muy especial de Huercasa, un festival único que sigue dispuesto a luchar contracorriente contra el sin sentido y lo pasajero. Mientras tanto la familia de Huercasa gracias al buen hacer y criterio de Heart of Gold siguen a lo suyo. Apostando por la calidad, por música rebosante de alma, anteponiendo intereses comerciales y velando por la sostenibilidad. Un festival para disfrutar a sorbitos, en familia y en un entorno rural envidiable. Más no se puede pedir. Bueno sí, que sigan en la brecha.
¡Nos vemos el próximo año!
Van Morrison regresa a sus raíces: “Remembering Now”
miércoles, julio 30, 2025
Discos
Por: Ricardo Virtanen.
Asevera el primer poeta español elegíaco aquel inmortal verso: “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Aplicado a este icono de la música popular actual, uno de sus figuras más sublimes y determinantes, diríamos que le venía al pelo según ha ido transcurriendo este última década, que, digámoslo pronto, hay una gran cantidad de vinilos intrascendentes e, incluso, prescindibles. En concreto, desde aquel regular "Duets: Re-working the Catalogue 2015", el León de Belfast ha dado a la imprenta discográfica catorce discos (doble disco en muchos casos). En esta década insulsa a rasgos generales, bajo un impulso omnívoro —siendo septuagenario—, muchos de los álbumes yo los puntuaría entre el 5/6. ¿Afán de engrosar una discografía impresionante desde hace décadas? Neil Young o Bob Dylan no se quedan atrás en este afán discográfico. Por solo citar seis, recordamos "Latest Record Project, Volume 1" (2021),"What’s It Gonna Take?" (2022), "Moving On Skiffle" (2023), "Accentuate The Positive" (2023), "New Arrangements And Duets" (2024) o el curioso e intrascendente "Beyond Words: instrumental" (2023). En este 2025 se anunció nuevo trabajo discográfico, el primero en tres años con temas propios. Los incondicionales vanmorrisonianos —entre los que me encuentro— celebran cada trabajo del autor de "Moondance", y no hay disco que no nos sublime. Pero "Remembering Now" (su disco 47º de estudio, o 48º si se cuenta el mencionado "Beyond Words: instrumental") rompe los esquemas de los que ya no esperaban nada destacado del cantante (la prensa especializada, por ejemplo, que le ha atacado duramente la última década). Van cumple el próximo 22 de agosto 80 años. Y, cierto, no deja de sorprendernos nunca.
"Remenbering Now" es un disco intimista, delicado, introspectivo, vigoroso y muy inspirado en los 14 temas que lo constituyen. La crítica (The Times, Record Collector, MOJO, Daily Mail) lo ha aproximado a sus mejores discos de los ochenta y noventa. Yo, particularmente, lo veo a la altura de trabajos como "Poetic Champions Compose" (1987), "Into the Music" (1979), "Hymns to the Silence" (1991) o "The Healing Game" (1997), sin seguramente ningún tema a la atura de sus mejores composiciones, pero con al menos cinco piezas redondas, y ni una sola caída. El aspecto poético siempre es clave en Morrison. Prosigue y ahonda en las huellas de poetas clásicos como el irlandés W. B. Yeats, W. Blake, J. Donne, Rimbaud, Eliot o el gran Dylan Thomas (los cuales se esparcen por muchas de sus letras en estas décadas), si bien, para el título de este disco, el León de Belfast, uno de los grandes poeta del rock (aunque no del todo reconocido), acaso supervisara poetas como la inglesa Christina Rossetti (1830-1894), quien escribió el poema “Remember me”, o el poeta escocés contemporáneo Stuart A. Paterson (1966), que dio a la luz el poema “Remembering Then, Remembering Now” en 2017. La banda base con la que se ha rodeado Morrison para este disco es la siguiente: Richard Dunn (órgano Hammond), Stuart Mcilroy (piano), Dave Keary (guitarra), Pete Hurley (bajo), Colin Griffin (batería y percusión) y Alan “Sticky” Wicket (percusión), algunos de los cuales acompañan al de Belfast en su gira de 2025.
Disco doble —lo que le resta un ápice, quizá, de ser una absoluta obra maestra—, cuyas dos de sus canciones, que inician las dos primeras caras, ya se adelantaron como singles. “Down to Joy” abre el disco, y en la metáfora del título: “Descendiendo hacia la alegría”, se halla el contenido temático de este disco, pues se trata de revisitar su pasado, los lugares en que fue feliz en su Belfast natal, los amores, las anécdotas, su inicio en la música. Canción festiva y optimista, pues, que se incluyó en Belfast, film de Kenneth Branagh, que en 2021 optó al Oscar de la Academia a «Mejor Canción». La otra, “Cutting Corners”, presentada el 1 de mayo de este año, se escuchó en el concierto de El Botánico de Madrid los pasados 4 y 5 de junio. Otra canción notable suya, que se haré inmortal con el paso de los años, se explaya en torno a ir sorteando problemas en la vida, por ello dice: “estoy sorteando atajos, y me quedo quieto”, con uso de violín, y saxo y guitarra del propio Van, más las sublimes voces de Dana Masters, la joven perla irlandesa Jolene O’Hara o el recientemente fallecido Crawford Bell, cantante nordirlandés a quien Van Morrison dedica el disco.
Sin duda, muy significativo es el segundo corte: “If It wasn’t for Ray”, tema festivo y alegre dedicado a la influencia de Ray Charles, clave en su formación musical y en el desarrollo de algunos de sus estilos (Blues/R&B), con un toque de ska y blues. A Ray ya lo había homenajeado en su tema “I believed to my Soul”, mientras la canción de Charles “What Would I Do Without You” (A Sense Of Wonder, 1985) está muy presente en su repertorio actual. En la letra leemos: “If it wasn’t for Ray / Wouldn’t be where I am today”. Por cierto, en el título del tercer corte: “Haven´t Lost My Sense of Wonder”, cita el mencionado disco, otra canción de tempo medio que asombra por su rica melodía y sus arreglos vocales (con la participación de Bell, Masters y O’Hara).
El disco está plagado de canciones memorables. “The Only Love I Ever Need Is Your” es toda una declaración de amor, excelsa balada donde quizá el uso de la cuerda es más profundo y delicado, firmado por Fiachra Trench, quien ya había colaborado con Morrison en trabajos como Avalon Sunset (1989), y con las voces, esta vez, de Bell, O’ Hara y Pete Wallace. Pero quizá la joya de la corona sea “Stomping Groung”, que abre el segundo disco, una balada a la altura de sus temas eternos, con recuerdos a su pasado. “Take me back to the Mystic Avenue, / take me back to the Church of Ireland”, que dibuja una geografía precisa donde el bueno de Van fue feliz en su juventud, experiencias vitales y musicales, con la presencia de su saxo alto para coronar este pequeño Everest. En el ámbito de amor, no podemos dejar de reflejar dos canciones más. “Love, Lover and Beloved” y “Back to Writing Love Songs”. La primera, “Amor, amante y amada” es representativa de su estado actual, que denota serenidad: “We walk in harmony and peace”. Al tiempo, “Back to Writing Love Songs”, redunda en su afán de alejarse de paranoias de tipo social, y centrarse en el puro sentimiento del amor y de su vida pasados, cuando sin duda fue feliz.
Qué duda cabe que bajo este tobogán de recuerdos, mezcolanzas y vivencias, una canción debía resumir todo. Y esta es “Memories and Visions”, otras de los hitos estelares del disco, cuya letra puede leerse como poema. Ofrece, cierto, un crisol de recuerdos archivados en su memoria. Aquí, al elenco de voces reinantes en el disco (Bell, Wallece, y O’Hara) se le suma una voz clásica en sus grabaciones y directos: la extraordinaria Elle Cato, y un inspirado Dave Keary a la guitarra acústica. La cara C, tras “Stomping Ground” y “Memories…”, se cierra inmaculada con “When the Rains Came”, otro lento lamento que socava nuestras entrañas, con una variante en los coros: Teena Lyle y Chantelle Duncan, con, de nuevo, un Keary estelar. La paz a la que quiere llegar el poeta se resuelve con estos versos: “Take my hand, walk with me, walk with me, when the rains came”.
El disco se finaliza con dos pequeñas obras maestras. El tema homónimo del disco, “Remembering Now”, acontece ofreciendo un claro góspel con un vibrante toque de soul, repetitivo, memorístico, que rememora sus “golden days of youth”, recorriendo calles y lugares, con un hipnótico estribillo: “This is who I am, This is who I am…, Remembering, Remembering now”, donde sobresale además la trompeta de Mike Barkley y el saxo de Paul O’Reilly. “Stretching Out” suena como un largo lamento rítmico y sentimental, con apoyo de cuerda, que culmina un disco antológico. Cuasi minimalista en lo percusivo. Morrison avanza, según transcurre la canción, hacia una improvisación melódica, ya habitual en todos sus discos, que sorprende por su capacidad vocal a sus ochenta años, impecable en sus casi nueve minutos de duración. En sus minutos finales, Van canta, recordando en un bucle memorioso: “Do you remember, you remember / You remember way back Shady Lane?”.
Afirma Morrison en el titular de una de sus canciones del disco que “No he perdido la capacidad de asombrarme”, en que abrir un paréntesis donde revivir sentimientos y vivencias, como escuchamos en “Once in a Lifetime Feelings”. Hace bien el bueno de George Ivan Morrison de alejarse de conspiraciones paranoicas, de críticas sociales embadurnadas de malaleche, de discursos contestatarios anti pandemia, antigubernamentales, anti industria musical o anti redes sociales (Facebook). Reivindicar el pasado, recordar todo aquello que fuimos con melancolía poética, también es una opción de crear, de nuevo, una obra maestra. Bienvenido "Remembering Now". El mejor Van Morrison está de vuelta.
Oasis: regreso a los noventa
martes, julio 29, 2025
Conciertos
Wembley Stadium, Londres. Viernes, 25 de julio de 2025.
Texto y fotografías: Nuria Pastor Navarro.
Todos sabemos lo que es perder un objeto valioso por capricho del destino. Quizá fuera un peluche de la infancia, o una prenda de ropa puesta y respuesta en el pasado, o una pulsera, una fotografía, un pendiente. Cosas que, de alguna manera u otra, vivieron en nuestro corazón hasta desparecer Dios sabe dónde. Y cuando en medio de la noche, entre ensoñaciones y bostezos, recordamos esos objetos perdidos, nos preguntamos dónde estarán y por qué llegamos a perderlos.
Hace exactamente un año me encontraba en medio de Berwick Street, lugar de la portada de “(What´s the Story) Morning Glory”, buscando un par de esos objetos perdidos hace tiempo. Lo que nunca pensé es que los encontraría doce meses después en la misma ciudad, tocando juntos después de dieciséis años.
Desde primera hora de la mañana del que sería el primer día de concierto en la capital, se respiraba un ambiente distinto. A la vuelta de cada esquina encontrabas a un par de fans con camisetas de Oasis, y suponías que serían compañeros de marea humana unas horas más tarde. Las vías del metro chirriaban con pesadumbre, como si supieran la inmensa cantidad de personas que llenaría sus vagones llegada la tarde. Londres estaba lista.
Para las seis de la tarde, la gran avenida que hace de antesala al colosal Estadio de Wembley ya olía a cerveza y multitud. Cada recoveco de la calle era surcado por un torrente inacabable de cabezas coronadas con gorros de pesca, espaldas con el mítico logo blanquinegro y pies marcados con las tres rayas de Adidas. No cabía duda: los Gallagher habían traído de vuelta los años noventa.
Una vez dentro, el ambiente no decaía. El Wembley reventaba por los cuatro costados, y la impaciencia se apoderaba poco a poco de cada uno de los más de 80.000 asistentes. Para calmar las aguas, apareció en el escenario Richard Ashcroft, vocalista de The Verve, que entre aplausos y saltos ofreció una brillante actuación. Mientras, las puertas sufrían un imparable ir y venir de gente, y el rojo de las butacas desaparecía a medida que los fans ocupaban sus asientos. Justo cuando el sol agonizaba, Ashcroft cerró su parte con la inigualable “Bitter Sweet Symphony”, que puso al estadio completo en pie.
Los próximos minutos estuvieron cargados de nervios. Parecía mentira que los hermanos fueran a salir por algún rincón de aquel sobrio escenario rematado por las clásicas letras fuente Helvetica. Pero justo cuando no cabía ni un alma más en el recinto, un vídeo se proyectó en la pantalla: “Esto no es un simulacro. Esto está pasando”.
El público se levantó como si los asientos hubieran aumentado su temperatura de repente y un grito triunfal y nervioso se escapó por la gran escotilla superior. Mientras, el montaje de vídeo mostraba la evolución de la presente reunión: desde los tweets y titulares que especularon con un encuentro hasta la confirmación por parte de los propios artistas. Y sin necesidad de más presentación, los Gallagher salieron al escenario cogidos de la mano.
Liam, con un gorro calado hasta la mismísima nariz y la parka que ya es marca personal. Noel, con gafas de sol y la guitarra colgada. La música comienza a sonar, y Oasis en persona nos saluda abriendo el show con “Hello”. Entonces, entre el descontrol de la multitud y el ensordecedor volumen de las guitarras, me doy cuenta de que estos objetos ya no están perdidos.
La fiesta no para, pues nos lanzan a la cara sin descanso alguno una ráfaga de potentes temas —“Acquiesce”, “Morning Glory”, “Some Might Say”— que dejaron más que claro que Oasis no había perdido ni un ápice de habilidad durante los años de extravío.
En algunas ocasiones Liam desaparecía, dejando a su hermano a cargo del espectáculo. Fueron grandes momentos para las caras B, como “Talk Tonight” —dedicada a las ladies—, “Half The World Away” o "Fade Away”, además de temas más tardíos como “Little By Little” —dedicado esta vez a los lads—.
Una vez regresaba la otra mitad del dúo, con pandereta en mano, sonaban los grandes clásicos. Desde “Supersonic” hasta “Stand By Me”; el tiempo volaba canción tras canción, y el cielo se oscurecía cediendo el protagonismo a los coloridos visuales del concierto.
Rozando ya la veintena de temas, llegó el momento de los homenajes: a The Beatles, eternos padres indirectos de Liam y Noel, con la mezcla de “Whatever” y “Octopus´s Garden”, y a Ozzy Osbourne, cuya foto apareció durante la interpretación de “Live Forever”.
Con “Rock ´n´ Roll Star” la lluvia de vasos de plástico y cerveza que se había dado hasta entonces se intensificó, y el público aprovechaba los últimos momentos que quedaban para ver en carne y hueso a los hermanos Gallagher. Aún habiendo podido representar la paz entre ambos, Liam volvió a desaparecer del escenario en el momento de “Don´t Look Back In Anger”, regresando para la mítica “Wonderwall”, no sin antes darle una palmada en la espalda a su hermano. Linternas y mecheros se alzaron entonces, convirtiendo al estadio en una pequeña galaxia que celebraba el gran reencuentro.
Y sin desearlo, llegó el gran final, protagonizado por “Champagne Supernova”. El tema parecía no terminar y, a la vez, volar. La eternidad y finitud en un segundo. Lágrimas, saltos, bailes y música que sonaba a despedida. Aplausos, aplausos y más aplausos. Miles de personas en pie, unidas por una pasión que creían apagada. Y, finalmente, fuegos artificiales desde la cubierta del Wembley. Una vez más cogidos de la mano, Noel y Liam agradecieron al público, y desaparecieron entre las sombras del escenario con una puesta de sol proyectada tras de sí.
Las salidas comenzaron a vomitar gente y en los pasillos se podía escuchar cómo se coreaba una y otra vez el estribillo de “Don´t Look Back In Anger”. Ebrios —de cerveza y/o emoción— los fans regresaban a sus casas, con las rodillas temblando, los pies doloridos y la reconfortante sensación de haber encontrado de repente aquel objeto perdido hacía mucho tiempo.
Garbage: "Let All That We Imagine Be the Light"
martes, julio 29, 2025
Discos
Por: J.J. Caballero.
El paso del tiempo, la asunción de la edad propia y el tiempo que nos toca vivir, la lucha contra las propias convicciones y la aceptación del mundo tal y como nos lo presentan son temas que han movido las articulaciones del pop y el rock más comprometido. Ayer, hoy y siempre, bandas del más variado pelaje pugnan por afrontar esas y otras cuestiones de importancia en sus discos. El caso de Garbage, por aquello de la veteranía, no podría ser diferente, y después de iniciar el segundo y puede que definitivo tramo de su carrera cuyo penúltimo episodio fue el incomprendido y experimental “No gods no masters”, entregan un brillante ejemplo de inteligencia sonora, que no artificial, con las diez canciones agrupadas bajo el excitante título de “Let all that we imagine be the light”.
En un álbum claramente comprometido social y políticamente, inundado de cuestiones e incluso dolor por el estado de las cosas a nivel mundial, Shirley Manson se reencuentra con la formación original –completada por el batería Butch Vig junto a Steve Marker y Duke Erikson, que además se reparten guitarras y máquinas- para posicionarse ante el edadismo que todo lo intenta arrasar en “Chinese fire horse”, revertir la ira en rebelión en “There’s no future in optimism” (algo así como la declaración vital de una mujer casi sexagenaria en plenos poderes) o descubrir las cartas en el órdago de “Radical”.
Si a alguien le quedaba alguna duda sobre si el sonido de los Garbage primarios, aquellos que deslumbraron al mundo con la brillantez de un disco como “Version 2.0”, no tienen más que escuchar la electrónica oscura en la intro de “Have we met the void”, los teclados relucientes en la melodía de “Sisyphus”, las guitarras sintetizadas de “Hold” o el ambiente gótico de la brutal “Get out my face AKA bad kitty”, uno de los temas recientes por los que deberían volver a ser recordados, para descubrir las evidentes conexiones con el álbum que los hizo grandes. Ahora suenan cinematográficos y maduros, dando más importancia al mensaje que al envoltorio –demoledora la diatriba moral de “R U happy now”- y modelando letanías del calibre de “The day that I met God”, en la que Manson vuelve a incidir en las batallas libradas hasta llegar aquí, sendas cirugías de cadera y cuerdas vocales incluidas, y en cómo el tono pseudo apocalíptico del disco influye en las formas adoptadas para expresar sus sentimientos.
Restando importancia a episodios menores, de escasa incidencia en el contenido global, como la floja y arquetípica “Love to give”, el balance de ese inexorable lengüetazo que el tiempo nos asesta a todos presenta un saldo poderosamente positivo en el caso de una banda que aún parece no haber dicho la última palabra, máxime teniendo en cuenta que en este disco dicen muchísimas cosas importantes.
Quique González y la banda del remolino
lunes, julio 28, 2025
Artículos
Por: David Vázquez.
Fotografía: Fernando Maquieira.
"Yo me libré porque nací en el 73
Les vi caer tan rápido
Que no nos lo podíamos creer..."
("73", La Noche Americana, 2005)
Ocurre con los músicos con los que trabaja Quique González, que van y vienen. Sus bandas son como un remolino, con ese movimiento giratorio donde todos se entremezcla y se juntan y se dispersan. Si cabe más, al igual que el fenómeno natural, hay mucho polvo y humo que levantan las composiciones.
No es la primera vez que Quique González hace referencia a su año de nacimiento en su obra. Su próximo disco, "1973", del que se conoce un primer adelanto ("Terciopelo Azul") vuelve a traer dicho año a sus composiciones, está vez como LP. Entre la información que se ha publicado están los nombres de músicos y técnicos que han participado en el álbum. Aprovechando este dato y como una de las curiosidades, o juego para seguidores, proponemos una lista en la que los relacionamos con otros trabajos anteriores, escarbamos en canciones más o menos obvias y con la licencia de saber que, si bien hay quienes participan en muchos discos y pudieran agruparse y mencionarse, tomamos el comodín de citarlos según conveniencia para incluir la canción seleccionada.
Ángel Medina y Javier Pedreira formaron parte de La Aristocracia del Barrio, aunque también estaba Jacob Reguilón lo dejamos para más adelante, con quien editó en 2007 "Avería y Redención #7", disco del que, aunque se podrían reseñar la versión de Diego Vasallo "La vida te lleva por caminos raros" o la canción "Capri 82", aparecida en “Avería y redención #7: Primeras versiones)”, seleccionamos de ese LP, "Backliners", melodía y lo que toca por haber hecho bien el oficio:
En 2002 editaría "Pájaros Mojados", antes de su manifiesto "Peleando a la Contra", segunda referencia bukowskiana con la aparecida en "Jukebox" ("Salitre 48", 2001), donde encontramos a Jacob Reguilón. El disco con mayores arreglos, vientos incluidos, escondía temas olvidados en giras como "Superman" o
"Caminos estrechos":
Entre las colaboraciones especiales de este "1973" se encuentran las de Gorka Urbizu (Berri Txarrak) y Fabián. Si bien con el primero el camino fácil sería interconectar a través de La M.O.D.A., escogeremos la reciente versión publicada en "Copas de Yate Vol. 1" del leonés, "Todas Las Aves del Sur", de la cual mostramos la versión en directo en los estudios Tripolares:
En ese mismo LP estarían Toni Brunet y Raúl Bernal, por ejemplo, al igual que en "Sur en el valle", donde la elección será más obvia, pero es una debilidad este tema homónimo, aunque la oscuridad de "Luna de trueno" siempre atrape:
En los dos directos que ha grabado el madrileño ha incluido una o más de una composición inéditas. En el caso de "Ajuste de cuentas" estaban "Caminando en círculos" o "Arañazos de piel roja". Sin embargo, recogemos de su "En vivo desde Radio Station" este "El puente del diablo", con Edu Olmedo a la batería:
En este próximo trabajo encontramos a César Pop en los teclados. Su participación en "Delantera mítica", y trabajos posteriores, es importantísima en la carrera de Quique González, marcando un punto de inflexión al igual que la participación de Carlos Raya anteriormente. Del mencionado disco, si bien encontramos al músico en una de sus primeras traducciones con "¿Es tu amor en vano?", escoger entre "La fábrica" o "Parece mentira" se antoja difícil, aunque hoy tomamos la segunda opción, sin olvidar cortes como "No encuentro a Samuel":
Para cerrar este "lucky 7", quizás llega el corte más obvio. Si bien Jordi Mora ha estado a los mandos en bastantes trabajos de Bunbury, la colaboración de ambos en su discografía es de ida y vuelta. Si en 2014 se editaba la versión en directo de "Bujías para el dolor" ("Madrid, Área 51"), años antes aparecía en el citado "Ajuste de cuentas" este 'Pequeño rock & roll":
Porque como dijo el propio autor: «Las canciones son una manera muy extraordinaria de dejar tu huella en el mundo».
Santana: Ritmos y solos con alma latina
lunes, julio 28, 2025
Conciertos
Palau Sant Jordi, Barcelona. Sábado, 26 de julio del 2025.
Por: Àlex Guimerà.
Subir a la montaña de Montjuic no es fácil en verano, máxime si coincides con aglomeraciones de gente dispuesta a ir a un evento masificado. No obstante, el peregrinaje que nos disponíamos a hacer el pasado día 26 era de los que merecía la pena. Se trataba del encuentro esperado con uno de los grandes gurús del rock a sus 78 años, hablamos del ganador de varios Grammy y miembro del Salón de la Fama del Rock, Carlos Santana. Pero sobre todo hablamos del guitarrista que puso patas arriba el Festival de Woodstock con sus solos imposibles, ritmos tribales y sonidos latinos. Un joven mejicano que a finales de los sesenta supo aunar las percusiones caribeñas y la salsa con el blues-rock a la vez que metía algo de Jazz a su fórmula. Un tipo que ha pisado mucho nuestros escenarios pero que no actuaba en el Palau Sant Jordi desde 2003, época en el que era un habitual de la MTV tras publicar los superventas "Supernatural" (1999) y "Shaman" (2002).
El concierto era la primera parada española de su gira, antes del doblete en las "Noches del Botánico" de Madrid -cita con un formato más reducido de espectadores-, y cosechó una muy buena entrada de espectadores a pesar de caer en fechas veraniegas. Los videos en las pantallas con escenas africanas y el sonido de unos Gongs anunciaban el comienzo del concierto puntualísimo a las 21 horas, dando paso a una intro de música pregrabada. Un abrazo tribal entre África y Oriente que desembocó en los primeros compases de "Soul Sacrifice", donde el trío de percusionistas (Karl Perazzo, Paoli Mejías y Cindy Blackman Santana) con una energía y potencia incansable (algo que disfrutamos durante toda la actuación) nos llevaron en apenas un parpadeo hasta los campos de Woodstock el 16 de agosto de 1969. Enseguida se unieron el resto de la banda, con un Carlos Santana que a pesar de acercarse a los ochenta años, demostró una sorprendente, increíble vitalidad y dominio técnico a la guitarra.
El arranque fue demoledor, pues le siguieron "Jingo", "Evil Ways", "Black Magic Woman / Gypsy Queen" y "Oye cómo va". Una primera parte del show que fue simplemente demoledora con sus bombas rítmicas a base de congas, timbales, batería, o esa trompeta a cargo del cantante Ray Green, que se juntaron con las guitarras y los teclados -ese sonido tan sixties- para crear un tejido melódico monumental. Píldoras de rock latino venidas de su disco debut "Santana" (1969) y del icónico "Abraxas" (1970). La cascada de temazos lo rubricó "Oye Cómo Va" de Tito Puente para el deleite de todos. ¿Qué más se puede pedir?
Ante tal media hora abrasadora, la cosa no decayó aunque para ello la banda hizo un salto a 1999 para abordar "Maria Maria" con imágenes del videoclip en pantallas y con el cantante Andy Vargas gritando eso de "¡played by Carlos Santana!". Otra de las clásicas que sonaron fue la pieza soul "Everybody Everything" del "Santana III" (1971), con ese solo de Hammond formidable.
Eso fue antes de que el bajista Benny Rietveld nos ofreciera un solo magistral que nos mostraba posibilidades de su instrumento que algunos ni conocíamos, sonando en ocasiones a indie de los noventa pero con un final que fue un homenaje a Black Sabbath/Ozzy Osbourne. Unos minutos que sirvieron de descanso para el maestro de ceremonias.
Un septuagenario que, ataviado con un gorro blanco y una chaqueta que lucía una foto de John Coltrane, aguantó como un campeón dando su enésima lección magistral de guitarra, mientras se apoyaba en un taburete cual viejo bluesman, masticando chicle sin parar. Con su castellano americanizado nos agradeció los aplausos e incluso se atrevió a hacer un parlamento sobre la paz y la comprensión justo antes de que sus seis cuerdas hablaran por él. Fue un momento simplemente mágico.
Hubo guiños a otras canciones que Carlos intercaló entre sus solos de guitarra como "Do It Again" de Steely Dan en mitad del solo de "Evil Ways" o "While My Guitar Gently Weeps" de los Beatles.
También sonó la versión de "She' s Not There" de los Zombies en la que Carlos nos regaló un increíble crescendo final con slide, para los que siempre hemos lamentado que, en su versión de estudio, parte de este sublime solo de guitarra se perdiera en el habitual fundido a silencio. También la cristalina "Samba pa ti" creando esa intimidad musical que ha traspasado los tiempos. Todo muy retro como la aguerrida "Hope You' re Feeling Better" que dio paso a su último single "Me Retiro" cantada en castellano y que esperamos que no sea una declaración de intenciones ya que aún le queda fuelle.
El final "Supernatural" quedó rubricado con la bailonga "(Dale ya) Yaleo", el baladón "Put Your Lights On" con todo el público creando un mosaico de luces con sus móviles y esa "Corazón espinado" que lo petó en su día junto a sus compatriotas Maná. Tras la breve retirada de la banda, los bises con la potente "Toussaint L' Overure" y el momento Cindy Blackman Santana con un brutal y elegante solo de batería que demostraba cómo de importante es y ha sido para la carrera de su marido. Potencia y energía de la mano de una depurada técnica jazz.
El final lo trajo "Smooth", que en su original la cantaba Rob Thomas de Matchbox Twenty y que relanzó la carrera del guitarrista, a la vez que acercaba el latin rock a todo el planeta y a las nuevas generaciones de aquella época.
Poco más de hora y media de concierto, tiempo suficiente para poder disfrutar de lleno de la leyenda, de la música y de la mística de un Carlos Santana que se despidió cálida y humildemente antes de desaparecer lentamente por la parte de detrás del escenario.