Jeff Buckey: 30 aniversario de "Grace"


Por: Javier Capapé.

Hace treinta años no éramos conscientes de lo que este disco iba a marcar la historia de la música reciente. Teníamos ante nosotros a un artista inabarcable y totalmente deslumbrante que desafortunadamente se fue demasiado pronto. Solo nos dejó el chispazo de este álbum que ahora cumple treinta años. Después vendrían descartes, directos y rarezas, pero el único disco que Jeff Buckley nos regaló en vida fue este "Grace", una auténtica obra maestra contemporánea.

Cuando el verano de 1994 llegaba a su fin "Grace" se nos presentaba como un disco de aparente modestia, pero cargado de alma y de una intensidad conmovedora. Sus canciones eran poderosas, aunque lo que iba a definir ese toque y sello únicos era la voz de un joven y tímido Buckley que se había ido bregando en los clubes californianos y que desde 1991 había dado el salto a Nueva York, donde encarnó su primera presentación en directo en Brooklyn como homenaje a su padre y posteriormente se hizo habitual del café Sin-é de Greenwich Village. Su disco debut terminaría siendo el único, pero su legado abarca mucho más allá de los diez cortes que llenan sus surcos, porque estas canciones se volvieron eternas, y porque el nombre de Jeff Buckley fue unido desde ese momento al adjetivo deslumbrante. Tras su fatídica desaparición en el río Wolf se publicaron las demos de lo que iba a ser la continuación de este LP del que ahora celebramos su efeméride, así como varios recopilatorios con rarezas, versiones y directos, pero "Grace" siempre fue el faro que guio a una generación que navegaba entre el grunge, el folk-rock, y la canción de autor alternativa, los géneros en los que se desenvolvió el estadounidense.

La complicidad que logramos con el autor de estas canciones sale a relucir desde los primeros compases de "Mojo Pin", que crece pausadamente para ir descubriéndonos el universo de Buckley, que se mueve entre la suavidad de los arpegios eléctricos y la cadencia de su talentosa voz de tenor. Una canción perfecta para ir entrando en su universo, que explota en su tramo final dando muestras de que este músico también dominaba la actitud desgarradora de sus admirados (y en momentos imitados) Led Zeppelin. El tema titular es un auténtico derroche de energía, desde su implacable riff hasta su poderoso estribillo, y eso que su temática coquetea con la muerte. A la piedra filosofal de este disco, que para algo lleva su nombre, no podemos ponerle ninguna pega, porque además los treinta años de solera le sientan perfectamente, algo que también ocurre con "Last Goodbye". Confieso que siempre fue mi niña mimada, pues esas estrofas con un Jeff más contenido me cautivaron desde el primer momento y la convirtieron en una de las canciones más bellas que he escuchado, por tempo, carisma y empaque. El disco tiene más joyas imperecederas a las que siempre volver. Es el caso de la versión de "Lilac Wine". Canción escrita por James Shelton y conocida por la interpretación de Nina Simone, aunque la que realmente redefinió la capacidad para transformar canciones ajenas y hacerlas todavía más grandes por este tremendo artista fue el "Hallelujah" de Leonard Cohen, que se basta de guitarra y voz para elevarla a lo más alto y convertir en propia una canción imperecedera. La interpretación que Jeff nos brinda supera a la original, y hablando de una canción como ésta, representa todo un hito. Muchos volverán a este disco solo por "Hallelujah", pero merecerá la pena, porque entre las millones de versiones de clásicos de la música popular podemos decir que ninguna, han leído bien, ninguna, supera a ésta. 

Jeff Buckley también se atrevió a reinterpretar en tono gospel místico (con una voz casi angelical) "Corpus Christi Carol", pieza extraída de la tradición de los cantos medievales ingleses cuyo primer registro se remonta al siglo XV. Y es que todo era posible dentro de la paleta que manejaba el californiano, haciendo siempre personal y único lo que tocaba. 

Dentro de sus propias composiciones se imponían medios tiempos de gran sensibilidad con el amor trágico y la tormenta interior como temática recurrente, algo que ocurría en "So Real", que explotaba en su estribillo, o en la melódica "Lover, you should've come over", con una belleza sostenida que nos hace entregarnos a ella por su atemperada delicadeza. Para contrastar con esa suavidad sublime tenemos "Eternal Life", que con modos grunge da nuevas muestras de hasta donde llegaban sus amplísimos registros. Y el cierre le correspondió a la hipnótica "Dream Brother", que funcionaba a modo de catarsis de todo lo concentrado en el disco. Un magnífico final para un álbum perfecto que daba muestras de todo lo que este músico podía regalarnos de aquí en adelante. Lástima que no pudiera dar continuidad a esta obra que casi inmediatamente se convirtió en eterna. 

Andy Wallace produjo un disco que treinta años después sigue estando presente gracias a unas canciones que no caducan y al carisma de un artista que se fue en Memphis, a punto de registrar en estudio sus nuevas composiciones, pero que en esencia nunca nos ha dejado. Acostumbramos a hablar de su genuinas dotes vocales, pero no olvidemos que las guitarras de este disco también le pertenecen, salvo dos casos puntuales en los que las aportan Gary Lucas, compositor mano a mano con Buckley de un par de temas, y Michael Tighe, que le acompañaba también en directo. Junto a él, Mick Grondahl al bajo y Matt Johnson a la batería formaban su base. No necesitó a nadie más para hacer de "Grace" un disco excelso, enigmático y espiritual. Una obra maestra atemporal que no consiguió ese estatus tras la desaparición de su compositor sino que desde sus albores ya intuimos su relevancia, lo que iba a marcar entonces y mucho tiempo después para la música popular. Han pasado treinta años y, como bien he remarcado, sigue tan vigente como entonces, tan sorprendente como la primera vez. Unas canciones tocadas por la gracia de un alma inmortal de talento desmesurado como la de Jeff Buckley. En su lanzamiento dijo que la premisa musical de "Grace" era plasmar "ese imperceptible recuerdo que no puedes quitarte de la cabeza" y no se me ocurre mejor manera de rememorarlo, porque el recuerdo de "Grace" puede llegar a ser imperceptible, estar ahí aunque no reparemos en ello, pero una vez entra no se va de nuestra cabeza, por muchos treinta años más que pasen.