Por: J.J. Caballero
No debería sorprendernos que a estas alturas de una carrera prolífica, aunque él diga que no tanto, y plagada de canciones inolvidables el bueno de Alejandro Díez Garín (Álex Cooper para la comodidad de todos) se destape con una nueva colección de píldoras pop extraordinariamente adictivas. El tiempo, la temperatura y la agitación son los tres parámetros que una buena fotografía analógica, de las que aún se siguen revelando y necesitan una buena maceración en el estudio, necesita para existir como tal con cierta relevancia. Lo mismo que su música, tradicionalmente aferrada a un sonido ya clásico en el que siempre han prevalecido las guitarras brillantes que ahora quedan relegadas a un segundo plano no menos interesante en el que el lugarteniente Mario Álvarez funciona también a pleno rendimiento. Para encontrar esa instantánea pop perfecta que nuestro hombre sigue buscando decide apoyarse ahora en una gran sección de metales, que destaca en "El último tren" entre otros temas de corte similar, y en ritmos ciertamente soul con enormes líneas de bajo a cargo de Daniel Montero, como el de "Salto". Sigue cantándole a lo de siempre, que no es otra cosa que a las ganas de vivir, a la ilusión de ver el sol cada día (en "Ya llegó el verano" vuelve a sonar a Los Flechazos, y es un placer escucharlo) y a esa eterna juventud que se perpetúa por la vía del hedonismo y el baile con fundamento. Y también hay chicas, pero habla de ellas desde los diversos puntos de vista que da la experiencia y le dedica un tema a una "Graciela" que vuelve a resultarnos irresistible. Resulta difícil frenar los pies cuando a mente y cuerpo le inundan sensaciones tan encontradas, por lo que solo podemos decir que Cooper da en la diana de nuestros mejores sueños en tecnicolor una vez más.
Tampoco es que esto sea música mod tal y como siempre hemos entendido el término. Diríase que la música de Álex y sus bandas siempre se ha movido entre la línea de salida del garage sesentero más pundonoroso y un power pop inundado de corrientes afines, con la melodía como motivación para lograr grandes himnos, de los que aquí hay varios de nuevo. "Infinito" y "Provisional", por detenernos en los más evidentes, se perfilan como indispensables en su remozado repertorio de directo; y la parada emocional de rigor podría producirse en "Islandia", un pasaje en el que la imaginación y los deseos se unen para situarnos en una especie de paraíso sonoro y lírico. Otra piedra de toque para el nuevo futuro de un músico imprescindible, que templa el ímpetu habitual con la tibieza de una "Luz" muy especial y unas "Telarañas" ribeteadas por las deliciosas cuerdas de Il Rosso e Il Nero, una colaboración no por inesperada menos atractiva. Ahí, en el poder sugestivo de la memoria y lo tocados que nos pueden dejar a veces nuestros propios recuerdos, está otra de las claves emocionales de las grandes canciones pop de la historia. Gran culpa de ello tiene la coproducción de un experimentado Eugenio Muñoz y los sólidos arreglos de teclado que a veces convierten las canciones en otra cosa distinta a la que empezamos a escuchar. Vestirlas mejor para desnudarnos más, podría decirse. Tal vez la mejor pieza de un álbum tan coherente, por sorprendente, sea la fantástica "Dos grados bajo cero", un tema extenso con una letra fugaz y una atmósfera cercana al sonido Madchester de mediados de los noventa que aleja cualquier prejuicio que alguien pueda tener al acercarse a la música de Cooper. Cosa que no imaginamos posible en nadie que aprecie mínimamente una buena canción.
Después de girar con el recopilatorio "Popcorner. 30 años viviendo en la era pop", con el que parecía hacer parada y fonda de todo el material, que es mucho y variado, que había grabado hasta la fecha tanto con Los Flechazos como en su etapa actual, Álex Cooper vuelve a dejar con la boca abierta al oyente más escéptico con la que es, probablemente, su mejor colección de canciones en la última década. Y eso, cuando uno ya tiene una edad, es algo digno de aplauso y admiración. Dice que debería prodigarse más, y nosotros le damos la razón.