Por Alejandro Guimerà
Con "The Next Day" David Bowie exorcizó todos los fantasmas que había acumulado a lo largo de los diez años en los que había estado en silencio. Con múltiples referencias a su sonido y reflexiones constantes al paso del tiempo, el disco tuvo buena aceptación entre crítica y público. En medio, la publicación del enésimo doble grandes éxitos "Nothing Has Changed" (2015) y los imparables e inevitables rumores sobre su vuelta a los escenarios.
Para nuestra desgracia la vuelta del Mesías a los directos nunca ha llegado, pero sí en cambio este nuevo álbum que fue anunciado por sorpresa en las postrimerías del año extinto. A finales de noviembre conocimos la pieza que titula el disco ya que fue incluida como banda sonora de la serie policíaca "The Last Panthers". Luego, entrado diciembre, el single de adelanto "Lazarus" y unas inquietantes imágenes del " Duque Blanco" con los ojos vendados más el anuncio de la portada del disco a cargo de Jonathan Barnbrook, responsable también de la de “The Next Day”.
Aunque en realidad ya conocíamos dos temas desde el 2014 pues los singles inéditos "Sue (Or In A Season Of Crime)" (incluido en el grandes éxitos de aquel año) y "Tis A Pity She Was A Whore" eran en realidad anticipos del nuevo álbum.
Un nuevo álbum grabado en los estudios neoyorquinos Magic Shop con un equipo formado por el saxofonista Donny McCaslin y el baterista Mark Guiliana - quienes Bowie fichó tras verlos en directo en un garito de la Gran Manzana – además del también músico de jazz Jason Lindner a los teclados, al que se ha unido James Murphy con las percusiones.
Así, coincidiendo con el 69º aniversario del propio Bowie, “Blackstar” ha sido finalmente puesto a la venta con sus siete piezas y sus 40 minutos de duración producidos por un equipo liderado por el gran Tony Visconti, quien reveló que durante las sesiones de grabación escucharon mucho jazz, krautrock y a Kendrick Lamar, dándonos a entender las influencias del álbum.
Lo cual debe ser cierto, pues el nuevo material nada entre el jazz experimental, la electrónica alemana de los setenta y los sampleados del hip-hop. Como la propia "Blackstar", que a lo largo de sus casi 10 minutos ofrece contextos sonoros hermanados con los Radiohead del "Kid A", pero también con los Kraftwerk menos bailables, con un lánguido Bowie que canta agonizante y algo robótico. Más enérgico (¿e irritable?) se muestra en la agitada “'Tis A Pity She Was A Whore”, una mezcla de rock industrial con efectos sonoros prestados del “Radioactivity”.
Lo cual debe ser cierto, pues el nuevo material nada entre el jazz experimental, la electrónica alemana de los setenta y los sampleados del hip-hop. Como la propia "Blackstar", que a lo largo de sus casi 10 minutos ofrece contextos sonoros hermanados con los Radiohead del "Kid A", pero también con los Kraftwerk menos bailables, con un lánguido Bowie que canta agonizante y algo robótico. Más enérgico (¿e irritable?) se muestra en la agitada “'Tis A Pity She Was A Whore”, una mezcla de rock industrial con efectos sonoros prestados del “Radioactivity”.
"Lazarus" arranca con espectros ambientales que recuerdan a los Joy Division más pausados para terminar perdiéndose en una marea saxofónica algo perturbada mientras que unos redobles van tomando su parcela de protagonismo. El fantasma de la banda de Ian Curtis también flota en la pausada "Girl Loves Me", antes de que en la taciturna "Dollar Days" Bowie empiece a parecerse a sí mismo o a su cara popera más madura. Son los mejores momentos del plástico.
No es el caso de “Sue (Or In A Season Of Crime)”, donde el camaleónico rockero decide poner en la batidora jazz, enseñanzas de los Can y aires musicales de Broadway, y la cosa no acaba de arrancar. Tampoco el de "I Can' t Give Everything Away", que busca la épica entre la maraña sonora sin lograr tal resultado.
Si bien es de agradecer ver como un músico de tal recorrido y enjundia arriesgue, hay que asumir que una de las dos caras del riesgo es el fracaso o la derrota. Y ésta es la que nos enseña el hombre de las mil caras para el año recién estrenado, pues difícilmente alguien va a quedar marcado por un disco que ni llega ni emociona y menos aún aporta nuevos horizontes. Habrá que perdonárselo.