Por Alejandro Guimerà
Cincuenta años se cumplen desde que los Sonics publicaran Here Are The Sonics, la piedra Rosetta del sonido garage rock. El álbum confirmaba el surgimiento de una corriente que siguieron cientos de bandas americanas que apostaban por el rock’ n roll primario basado en la energía juvenil, la espontaneidad e inmediatez, la sencillez métrica de las canciones y la carencia de grandes recursos. En esa época también surgirían otras bandas para la posteridad como los Count Five, The Seeds o los chicanos Question Mark And The Mysterians. Fue una oleada efímera que apenas llegó a finales de los sesenta y que, a pesar de todo, dejó huella diez años más tarde con el movimiento punk y con otras bandas que fueron por libre como The Cynics, The Fleshtones o los incomensurables Flamin' Groovies que hicieron suyas las premisas garajeras. Mucho tiempo ha transcurrido desde entonces y nos encontramos inmersos en el milenio de los ipods, en el reinado de la electrónica y las bases rítmicas, las redes sociales y los coches híbridos. Ya nadie canta al surf, a los cilindros de sus descapotables o la chica más guapa del baile.
Y es en este contexto cuando los “Sónicos” vuelven para publicar su cuarto álbum de estudio – que sigue a los clásicos Here Are The Sonics (65), Boom (66) y Introducing The Sonics (67) - para el cual han tenido que pasar casi cinco décadas. Un This Is The Sonics que no resulta para nada innecesario o prescindible, pues sus doce cortes confirman que estos iconos del rock no se encuentran oxidados y si en plena forma en su madurez en la que aún tienen cosas que decirnos. Con unos arreglos que pulen de lo lindo para que su sonido parezca actual y clásico a la vez (en la onda del excelso Going Back Home de Wilko Johnson-Roger Daltrey del año pasado), y la introducción coherente de saxos y pianos, las guitarras llegan afiladas como nunca, y la voz visceral como antaño. Ni que decir de los ritmos enajenados de la batería siguen intactos para mantener el espíritu de la banda.
Con estas premisas aparece la bestial Be A Woman con su riff a lo Clash y los gritos desenfrenados; el single Bad Betty con su batalla Hammond y saxo; The Hard Way con las teclas del piano a punto de saltar antes del estribillo surf; la frenética The Hard Way; el rock’ n roll clásico de Look At Little Sister; los riffs Kinks de I Got Your Number o Sugaree en la que invocan al mejor Little Richard. También la versión de I Don’ t Need No Doctor de Ray Charles que suena puro rythm n blues salvaje mientras que You Can’ t Judge A Book By The Cover de Willy Dixon (vía Bo Diddley) abusa algo de los vientos pero logra dominar los cambios de tiempo. Otra cover del disco como Leaving Here de Eddie Holland destaca por su desgarro vocal y por su ritmo back beat. La nota curiosa la pone la ecologista Save The Planet cuando dice “save the planet it’s the only one with beer”, Yeah!
Un disco en el que quizás no haya la angustia ni la lívido juvenil que tenían en los sesenta, aunque si hay mucho de su ardor y enajenamiento. Y eso es lo apabullante de todo el asunto, el cómo los de Tacoma han conservado su esencia y sobre todo como han sido capaces de ofrecernos un rock muy honesto desde la furia que les encumbró en su día.
Cincuenta años se cumplen desde que los Sonics publicaran Here Are The Sonics, la piedra Rosetta del sonido garage rock. El álbum confirmaba el surgimiento de una corriente que siguieron cientos de bandas americanas que apostaban por el rock’ n roll primario basado en la energía juvenil, la espontaneidad e inmediatez, la sencillez métrica de las canciones y la carencia de grandes recursos. En esa época también surgirían otras bandas para la posteridad como los Count Five, The Seeds o los chicanos Question Mark And The Mysterians. Fue una oleada efímera que apenas llegó a finales de los sesenta y que, a pesar de todo, dejó huella diez años más tarde con el movimiento punk y con otras bandas que fueron por libre como The Cynics, The Fleshtones o los incomensurables Flamin' Groovies que hicieron suyas las premisas garajeras. Mucho tiempo ha transcurrido desde entonces y nos encontramos inmersos en el milenio de los ipods, en el reinado de la electrónica y las bases rítmicas, las redes sociales y los coches híbridos. Ya nadie canta al surf, a los cilindros de sus descapotables o la chica más guapa del baile.
Y es en este contexto cuando los “Sónicos” vuelven para publicar su cuarto álbum de estudio – que sigue a los clásicos Here Are The Sonics (65), Boom (66) y Introducing The Sonics (67) - para el cual han tenido que pasar casi cinco décadas. Un This Is The Sonics que no resulta para nada innecesario o prescindible, pues sus doce cortes confirman que estos iconos del rock no se encuentran oxidados y si en plena forma en su madurez en la que aún tienen cosas que decirnos. Con unos arreglos que pulen de lo lindo para que su sonido parezca actual y clásico a la vez (en la onda del excelso Going Back Home de Wilko Johnson-Roger Daltrey del año pasado), y la introducción coherente de saxos y pianos, las guitarras llegan afiladas como nunca, y la voz visceral como antaño. Ni que decir de los ritmos enajenados de la batería siguen intactos para mantener el espíritu de la banda.
Con estas premisas aparece la bestial Be A Woman con su riff a lo Clash y los gritos desenfrenados; el single Bad Betty con su batalla Hammond y saxo; The Hard Way con las teclas del piano a punto de saltar antes del estribillo surf; la frenética The Hard Way; el rock’ n roll clásico de Look At Little Sister; los riffs Kinks de I Got Your Number o Sugaree en la que invocan al mejor Little Richard. También la versión de I Don’ t Need No Doctor de Ray Charles que suena puro rythm n blues salvaje mientras que You Can’ t Judge A Book By The Cover de Willy Dixon (vía Bo Diddley) abusa algo de los vientos pero logra dominar los cambios de tiempo. Otra cover del disco como Leaving Here de Eddie Holland destaca por su desgarro vocal y por su ritmo back beat. La nota curiosa la pone la ecologista Save The Planet cuando dice “save the planet it’s the only one with beer”, Yeah!
Un disco en el que quizás no haya la angustia ni la lívido juvenil que tenían en los sesenta, aunque si hay mucho de su ardor y enajenamiento. Y eso es lo apabullante de todo el asunto, el cómo los de Tacoma han conservado su esencia y sobre todo como han sido capaces de ofrecernos un rock muy honesto desde la furia que les encumbró en su día.