Por: J.J. Caballero
En ocasiones los que nos dedicamos a una tarea tan ingrata y escasamente agradecida como la de escribir sobre música y músicos nos planteamos cómo sería lo de estar al otro lado. Que otros dieran sus impresiones y juzgaran –muchas veces de forma claramente aleatoria y sin haber escuchado como debieran- un hipotético trabajo hecho con gran ilusión y seguramente con pocos medios. Y la conclusión es que igual la idea no nos resulta tan atractiva. Sin embargo, existen caracteres con el suficiente arrojo como para intentarlo y el suficiente valor artístico para salir triunfantes del intento. Kike Suárez, conocido en esto de las letras como “Babas”, lo ha hecho de nuevo (este ya es su segundo disco), y aparentemente sin demasiado esfuerzo.
En ocasiones los que nos dedicamos a una tarea tan ingrata y escasamente agradecida como la de escribir sobre música y músicos nos planteamos cómo sería lo de estar al otro lado. Que otros dieran sus impresiones y juzgaran –muchas veces de forma claramente aleatoria y sin haber escuchado como debieran- un hipotético trabajo hecho con gran ilusión y seguramente con pocos medios. Y la conclusión es que igual la idea no nos resulta tan atractiva. Sin embargo, existen caracteres con el suficiente arrojo como para intentarlo y el suficiente valor artístico para salir triunfantes del intento. Kike Suárez, conocido en esto de las letras como “Babas”, lo ha hecho de nuevo (este ya es su segundo disco), y aparentemente sin demasiado esfuerzo.
Su voz profunda casa más con estilos próximos al sentimiento como el tango o el blues, y tal vez por eso los roza en más de una ocasión y los mezcla con otros a los que se siente igual de próximo. Solo hay que leer los bien documentados volúmenes biográficos que dedica a rockeros como Rosendo, Enemigos o Reincidentes –entre muchos otros- para entender la amplitud de su telescopio sonoro. Parte de la base del rock urbano y enarbola la bandera de la autenticidad a lo largo y ancho de los versos de Los meses de erre, llenando además de sinceros guiños otras letras como la de Las curvas de mi barrio, donde sitúa al madrileño vecindario de Hortaleza como su centro de operaciones básico. Además, aquí presenta armas una extraordinaria sección de vientos, La Güeto Brass Band, que no es la única que contribuye a dar color a un trabajo mucho más mestizo de lo que parece. Así, en Cenicienta dijo basta (gran contrapunto vocal de Esther Cabello) también cuentan las credenciales de The Minister of Rock Steady, otros trabajadores aplicados del sector del metal. Y como al maestro de ceremonias le gusta jugar al despiste o, mejor dicho, perderse por caminos inesperados, quiere darle a la rumba e incluso al reggae, y para eso llama a Madjid Fahem (ex Radio Bemba y compañero de fatigas viajeras de Manu Chao) para que grabe una preciosa guitarra española en Ángeles.
Se pierde Kike por la ciudad y sus pequeñas historias y trata de evocar la música centroeuropea en los arreglos de acordeón de 100 años de soledad que, aparte del obvio homenaje literario, trata de enlazar líricamente con un cierto tono de cantautor más que interesante de cara al futuro. Con el otro pie puesto en Nueva Orleans le canta a El jardín del Edén erigiendo al piano en protagonista y cuenta la morbosa historia de Carlitos y su gitana, y completa la alineación titular con Vis a vis, un tema ya conocido en la voz de Leiva que en su visión ni aporta nueva emoción ni desentona en la temática general de un trabajo sincero y fundamentalmente artesanal.
Si la carrera de este sorprendente autor que parece grabar más por hobby que por vocación seguirá una evolución coherente o quedará en sendos anecdóticos y dignos episodios solo el tiempo y la distancia a la próxima grabación podrán decirlo. En cualquier caso, escuchar discos tan descarados y honestos siempre será una opción válida y plenamente disfrutable.