Estamos ya acostumbrados a recibir periódicamente noticias de regresos de artistas y/o grupos que por unos u otros motivos estaban alejados, o habían abandonado, el panorama musical. Tampoco es nada nuevo lo ingrato que ha sido, es y será, muchas veces el mundo artístico con algunos de sus creadores. Ambas son dos circunstancias que han confluido en la carrera de Bill Fay, que después de cuarenta y un años de silencio compositivo, y cerca de cumplir los setenta, se presenta ahora con un nuevo álbum, “Life is People”.
Su disco homónimo en 1971 y “Time of the Last Persecution”, en el mismo año, son el legado discográfico que nos dejó en su momento el pianista británico. Ambos carecieron de la repercusión merecida, probablemente solapados por las figuras de la escena folk de la época, algo que trajo como consecuencia la desconexión del intérprete con el negocio y por extensión la decisión de dedicarse a otras tareas más “mundanas”.
Su breve discografía no fue óbice para que contara con acérrimos fans dentro de la profesión. El más influyente y llamativo es Jeff Tweedy, líder de Wilco, que junto a Joshua Henry han sido decisivos en esta nueva aventura musical. No obstante el primero de ellos colabora en alguno de los temas editados en la actualidad y el segundo ha desempeñado las labores de producción.
“Life is People” mantiene ese gusto por el folk reflexivo e instrumentado (cuenta en esta ocasión con la presencia de sección de cuerdas o coros gospel) que ya se hizo patente en sus primeras grabaciones. Además contiene una visión de la vida totalmente humanista, centrada en la búsqueda de la paz y de la concordia (con uno mismo y con los demás), no exenta de ciertas dosis de religiosidad. Para este nuevo reto ha contado con una mezcla de músicos veteranos como Alan Rushton o Ray Russell, que ya colaboraron con él en sus inicios, y otros jóvenes de estudio.
En estas nuevas composiciones asoma por ejemplo la influencia de Bob Dylan. Es fácil verla en el caso de “There is a Valley”, del que se acerca a su faceta más épica, o “This World”, en la que elige su cara más rockero y rítmica. Un tema en el que por cierto cuenta con la voz del cantante de Wilco como invitada de lujo. El uso de la instrumentación es uno de los elementos claves y definitorios del músico, dejando algunos momentos de especial relevancia como “Big Painter”, composición “vaporosa” tan elegante como mística y “City of Dreams”, poseedora de una embriagadora ambientación.
Pinceladas de música negra, aliñada entre el mundo particular de Bill Fay, también tienen su espacio. “Be at Peace with Yourself” y “Empires” recurren al gospel, con su coro incluido, y al soul. El primero para crear un tema que rezuma, tal y como dice su título, paz, y el otro de una forma más íntima y creando un duelo de sonoridades entre una potente guitarra eléctrica y los otros arreglos.
La parte más minimalista del disco viene de la mano de la elegante “Never Ending Happening”, donde se vive una conjunción perfecta entre piano y violonchelo . Un instrumento (el primero de ellos) que se hace hegemónico, junto a lo voz del intérprete, para dar vida a la reflexiva “Jesus, Etc.” o “The Coast no Man Can Tell”. Una ambientación entre relajada y mística domina estas canciones , cosa que le emparenta con otro creador también en la búsqueda continua de esos sentimientos como es Leonard Cohen.
Bill Fay consigue con su nuevo álbum extrapolar a los oyentes su sentimiento de paz interior y hermandad por medio de un disco repleto de melodías delicadas pero capaces de calar en lo más hondo. Esperemos que este regreso que se ha hecho esperar cuarenta y un años, signifique el inicio de algo y no un único, aunque sobresaliente, episodio aislado.
Kepa Arbizu