La banda de dream pop formada por Victoria Legrand y Alex Scally nos dan nuevamente una lección musical en este, su cuarto disco, “Bloom”. En él han conseguido plasmar el sueño y obsesión de todo gran artista, es decir, confirmar que tras el disco que había marcado su cenit, “Teen Dream” (2010), han sido capaces de mantener esa trayectoria ascendente (o al menos horizontal), pues “Bloom”, visto con la perspectiva de unos meses desde su salida, es un trabajo compacto y sólido con pocas o ninguna pega.
De hecho, en un primer vistazo, ambos discos guardan muchas similitudes: un álbum compuesto por diez cortes, una portada claramente ambigua (a las cebras rosas y blancas, les sustituye ahora una rejilla perforada a modo de pequeños focos) y un tiempo de composición, realización y grabación de dos años respecto al trabajo anterior. Así mismo, la primera escucha nos traslada a “Teen Dream”, demostrando que estamos ante un díptico musical, que continúa con la tendencia, instrumentación y voz que allí nos citó originalmente, dentro de la evolución que significó dicho trabajo en la banda.
Sin embargo, como cualquier disco de Beach House, “Bloom” requiere una cuidada y profunda inmersión en su universo musical, en esas melodías que parten del subconsciente y presentan un pop delicado, trabajado con mimo, que no atiende a las reglas de la matemática, pues instrumentos, ritmos y coros se mueven bajo los impulsos de sus creadores. La banda de Baltimore despliega aquí sentimientos que no atienden a la artificialidad. Estamos ante 10 canciones (más una oculta en la última pista) que trascienden y nos trasladan a un espacio etéreo (“Myth”, “Lazuli”, “Other People”...), al que sólo conseguimos llegar a través de la escucha y concienzuda lectura de sus encriptados mensajes, cantados con una sensibilidad, sentimentalismo y expresividad que nos permite percibir como nunca antes todas las texturas que ofrece la voz de Victoria Legrand (encontramos aquí registros más agudos, múltiples coros y cambios de dominio entre voz e instrumentación).
Así mismo, encontramos un reestudio de los ritmos y melodías, pues “New Year” y “Wishes” aceleran ligeramente los medios tiempos tan característicos del dúo, “Laluzi” o “On the sea” entregan todo el protagonismo melódico a los sintetizadores y “Wild” y “The Hours” nos muestran como desde un espíritu independiente y cosido en capas de melodías disonantes, podemos encontrar un pop original, que se sitúa en el extremo opuesto de la música mainstream.
Sin embargo, aunque dijimos a inicios de esta crítica que pocas son las pegas de este disco, si habría que decir, que escuchando “Troublemaker”, “Irene” o muchas de las ya nombradas con anterioridad, nos encontramos estructuras y melodías que perfectamente podrían haber servido de bonus track de “Teen Dream”. Cierto es que no estamos ante una banda que apueste por una evolución rupturista entre sus trabajos, ni una formación que tome decisiones sin antes meditarlas con tranquilidad, pero es una de las pocas críticas “no positivas” que podemos hacer a este elaborado trabajo que nos presenta una de las bandas, que por mérito propio, ya se ha convertido en una referencia musical de este inicio de siglo.
Rubén López