“He estado llamando a la puerta que alberga el trono”, de esta manera da comienzo a las nuevas canciones el de New Jersey, avisando y de paso, dando un golpe en la mesa. Con unas letras que reflejan su preocupación por los problemas que afectan a la clase trabajadora, en estos tiempos convulsos y de incertidumbre generalizada. Palabras, que por otra parte, pueden dar paso a ser contrariadas, proviniendo de alguien que lleva tiempo durmiendo en una mansión, (cómo el mismo artista ha expresado), pero bien es cierto que también podría quedarse en su casa, (perdón, mansión), viviendo tranquilamente de las rentas. A estas alturas ya no tiene que demostrar nada, sabedor él y la mayoría de sus fans que tiempos pasados ya no volverán. Pero lo que sí puede es aspirar a publicar discos con personalidad, con alma y en definitiva, trabajos a la altura de su leyenda.
Con “Wrecking Ball” nos reencontramos con un Springsteen más inspirado que en sus dos últimas obras, (sin contar con el recopilatorio “The Promise” (2010). En conjunto, se podría decir que estamos ante una buena colección de canciones, aquí no nos encontramos con tantos altibajos como en sus citados trabajos más recientes. Un disco que se inclina hacía las sonoridades del folk irlandés, un estilo en el que Bruce encuentra una especie de pócima rejuvenecedora. Ya lo constató con el celebrado “We Shall Overcome: The Seeger Sessions” (2006).
Llama la atención la importancia que se le ha dado a las percusiones, sonando poderosa y robusta en todo su conjunto, dándole forma y personalidad a éste disco, junto a la exquisita sección de vientos, coros Gospel, y alguna pincelada de Hip-hop e incluso Country. Bruce presume de conservar una gran voz, constatando que gana con el paso del tiempo y ampliando matices, ha querido dotar al disco de un sonido actual, fresco, pero que en ocasiones peca de la sobreproducción de Ron Aniello, demasiados beats y baterías programadas, ecos, loops, y uno no puede dejar de pensar en cómo hubieran quedado estas canciones en un contexto más desnudo y crudo.
El disco comienza con la pegadiza “We Take Care of Our Own”, donde proclama que “Cuidemos de nosotros mismos”, entendiéndose más como un lamento triste que como una alegre celebración. Bruce sigue metiendo el dedo en la llaga con letras reivindicativas, que reviste en melodías alegres de Irish Pub, dando pié a una especie de resignación, grito de ayuda, o de desesperación en clave festivas, “Easy Money”, “Shackled and Drawn” o “Death To My Hometown” son claro ejemplo de ello.
Con “Jack of All Trades”, –aquí ya bajando el pistón y poniéndose serio–, y que junto a “Rocky Ground”, la que da el título al disco “Wrecking Ball”, y la versión de estudio de la ya conocida “Land of Hope And Dreams”, con el protagonismo del saxo del tristemente desaparecido Clarence Clemons, componen el corazón de esta obra que cierra, (haciendo un claro guiño a Johny Cash), seguramente con la única esperanza que nos queda por proclamar: “We Are Alive”.
Hubiera sido bonito haber podido cantar la letra de “Wrecking Ball” en Madrid, en el estadio Vicente Calderón, recinto que está avocado a la destrucción y en el que mantenemos, aparte de recuerdos deportivos, el de un primer concierto de Springsteen en la capital, corría el año 1988, una cita para el recuerdo. “Ya sabemos que al llegar mañana, nada de esto estará aquí, así que contened vuestra ira, y no sucumbáis al miedo, cuando todo este acero y estas historias se desvanezcan entre el óxido y toda nuestra juventud y belleza se conviertan en polvo y todas vuestras pequeñas victorias y glorias se hayan convertido en aparcamientos. Vamos, haz tu mejor tiro, déjame ver de qué eres capaz. Trae tu bola de demolición”.
Por Alberto Vicente