Elegantes, melancólicos y premeditadamente
parsimoniosos, así vuelven a presentarse ante nosotros McEnroe con el que es su nuevo trabajo, “Las Orillas” (Subterfuge
Records); un disco en el que la banda de Getxo nos muestra una evolución
sonora, que podríamos calificar de relativamente pequeña, con respecto a su
anterior álbum, el maravilloso e imprescindible “Tú Nunca Morirás”, orientando
levemente su nave en busca de nuevos cauces que hacen que nos muestren ciertas
sonoridades experimentales y ambientaciones inusitadas hasta la fecha, que sin
embargo no consiguen restar protagonismo a los elementos propios a su marca,
aquélla que les ha convertido en una de las propuestas más decididamente
interesantes de nuestro panorama.
Vuelven a mostrar esa capacidad única que tienen
para hacer de la pequeña suma de las partes un total que debemos calificar como
abrumador, en un disco repleto de fragilidad y de belleza, en el que por
primera vez incluyen ciertos quiebros líricos que nos invitan a pensar que por
fin se atisban la luces que indican el final de un túnel dolorosamente evocador,
en el que sin embargo es imposible no sentirse a gusto.
El céntrico paisaje madrileño al que cantan en “La Palma” es el encargado de abrir el
minutaje y lo hace de una manera sorprendente, merced a un estallido distorsionado
que parece reclamar nuestra atención, en el marco una composición de ritmo
pausado que nos adentra a la perfección en el universo McEnroe gracias a una letra marca de la casa, que oscila
salvajemente a mitad de camino entre lo agrio y lo dulce.
Sin solución de continuidad la voz de Ricardo Lezón nos invita a volver la
vista atrás, situándonos geográficamente en la provincia de Cádiz, y retrotraernos
al mes de “Agosto del 94”, en una
composición cristalina en la que se dan la mano la soledad y los retazos
costumbristas, hasta el punto de hacernos pensar en un Sr. Chinarro revestido de grisáceo, para después en “Vistahermosa”, hacer la perfecta
descripción de una dolorosa ruptura amorosa con la decepción que ello conlleva,
incluyendo en la letra un pequeño homenaje a El Pecho de Andy.
La vertiente más minimalista del grupo norteño se
abre paso en “Arquitecto”, otra
composición casi desnuda, aunque también revestida de ciertos arreglos que
asoman en segundo plano, y que pasa por ser uno de los temas más lineales de
todo el álbum.
Dos de las mejores composiciones que se han
facturado en nuestro pop independiente en mucho tiempo son las siguientes en
aparecer. Estamos hablando de “La Cara
Noroeste” y “Las Mareas”; de la
primera de ellas simplemente diremos que contiene todas y cada una de las señas
de identidad que han hecho tan grandes a McEnroe.
Un texto brillante, conmovedor y repleto de amor no correspondido, unido a una
atmósfera que nos hace pensar en The
Smiths, pero en su vertiente más intimista, de hecho no faltan ciertas
referencias que podrían hacernos pensar indistintamente en temas de la banda de
Manchester como “Reel Around The Fountain”,
“Rubber
Ring” o “Please, Please, Please, Let Me Get What I Want”.
El caso de “Las
Mareas” es el contrario se trata de un tema con una melodía juguetona, casi
cercana al pop-folk, en la que nos sorprenden con la narración de una historia
cargada de energía positiva y que nos habla, por fin, de una relación personal fructífera,
con la novedad que ello implica, en la que lo mejor llega en los
fraseos finales con unas estrofas repletas de belleza en las que cantan, “Ya no
temo a las mareas que vienen y van, ahora me tumbo en la arena a verlas pasar,
ya no temo a las mareas que vienen y van, ahora me tumbo en tus piernas a
verlas bailar”, arropados por unos acertados coros y una genial
instrumentación llena de ensoñaciones que te atrapa como una tela de araña de
la que no deseas escapar.
Supongo que lo sencillo después de haber registrado
dos canciones como esas hubiera sido dejarse llevar hasta el destino de estas “Orillas”
imaginarias, sin embargo McEnroe no
ha tirado por el camino fácil y el final de su cuarto disco mantiene el pulso
gracias al atractivo de la cadenciosa “Astillero”
o la casi épica “En Mayo”, donde
pasan de la calma al arrebato noise en un abrir de cerrar y ojos, facturando otra
gran pieza sin lugar a dudas.
El final en falso del disco llega con “En Mayo”, pop de aire primaveral que
vuelve a mostrarnos la cara más sonriente y feliz del grupo vasco, y que sirve
de anticipo a la oculta “Paris, Encore”,
en la que Olivier Arson, músico y
productor de origen francés que se ha incorporado a las filas de la banda recientemente, y Ricardo
Lezón comparten protagonista vocal con casi el único sustento de un piano como fondo.
De esta forma se da por concluido un disco que
supone la confirmación definitiva de McEnroe
como una de las grandes realidades de la música de nuestro país. Título que debemos
otorgarles por el acierto con el que logran rematar cada uno de sus trabajos,
así como por lo sincero y arriesgado de su propuesta. Una de las que mejor sabe
expresar una serie de sentimientos comunes por los que todos hemos pasado y a
los que no siempre es sencillo enfrentarse. Sin duda alguna un álbum que
requiere de un profundo silencio para ser degustado en toda su extensión,
necesario para sentir como las palabras entran dentro de ti y te ayudan a hacer
cicatrizar ciertas heridas que aunque no visibles, siempre están presentes.
Por: Javier González /javi@elgiradiscos.com